Pablo Neruda tenait en haute estime Jules Laforgue (1860-1887). Il le situait dans la lignée d’un autre romantisme, américain celui-là. On peut lire ces mots dans Viaje al corazón de Quevedo, conférence prononcée à Santiago le 8 de décembre 1943 et publiée en 1955 :
” Hasta hoy, de los genios poéticos nacidos en nuestra tierra virginal, dos son franceses y dos son afrancesados. Hablo de los uruguayos Julio Laforgue e Isidoro Ducasse, y de Rubén Darío y Julio Herrera y Reissig. Nuestros dos primeros compatriotas, Isidoro Ducasse y Julio Laforgue, abandonan América a corta edad de ellos y de América. Dejan desamparado el vasto territorio vital que en vez de procrearlos con torbellinos de papel y con ilusiones caninas, los levanta y los llena del soplo masculino y terrible que produce en nuestro continente, con la misma sinrazón y el mismo desequilibrio, el hocico sangriento del puma, el caimán devorador y destructor y la pampa llena de trigo para que la humanidad entera no olvide, a través de nosotros, su comienzo, su origen.
América llena, a través de Laforgue y de Ducasse, las calles enrarecidas de Europa con una flora ardiente y helada, con unos fantasmas que desde entonces la poblarán para siempre. El payaso lunático de Laforgue no ha recibido la luna inmensa de las pampas en vano: su resplandor lunar es mayor que la vieja luna de todos los siglos: la luna apostrofada, virulenta y amarilla de Europa. Para sacar a la luz de la noche una luz tan lunar, se necesitaba haberla recibido en una tierra resplandeciente de astros recién creados, de planeta en formación, con estepas llenas aún de rocío salvaje. Isidoro Ducasse, conde de Lautréamont, es americano, uruguayo, chileno, colombiano, nuestro. Pariente de gauchos, de cazadores de cabezas del Caribe remoto, es un héroe sanguinario de la tenebrosa profundidad de nuestra América. Corren en su desértica literatura los caballistas machos, los colonos del Uruguay, de la Patagonia, de Colombia. Hay en él un ambiente geográfico de exploración gigantesca y una fosforescencia marítima que no la da el Sena, sino la flora torrencial del Amazonas y el abstracto nitrato, el cobre longitudinal, el oro agresivo y las corrientes activas y caóticas que tiñen la tierra y el mar de nuestro planeta americano. “
Pablo Neruda revendiquera l’influence de Jules Laforgue jusque dans ses derniers poèmes qui ne seront édités qu’après sa mort.
Paseando con Laforgue
Diré de esta manera, yo, nosotros,
superficiales, mal vestidos de profundos,
por qué nunca quisimos ir del brazo
con este tierno Julio, muerto sin compañía ?
Con un purísimo superficial
que tal vez pudo ense?arnos la vida a su manera,
la luna a su manera, sin la aspereza hostil del derrotado?
Por qué no acompañamos su violin
que deshojó el otoño de papel de su tiempo
para uso exclusivo de cualquiera,
de todo el mundo, como debe ser?
Adolescentes éramos, tontos enamorados
del áspero tenor de Sils-María,
ese sí nos gustaba,
la irreductible soledad a contrapelo,
la cima de los pájaros águilas
que sólo sirven para las monedas,
emperadores, pájaros destinados
al embalsamiento y los blasones.
Adolescentes de pensiones sórdidas,
nutridos de incesantes spaghettis,
migas de pan en los bolsillos rotos,
migas de Nietzsche en las pobres cabezas :
sin nosotros se resolvía todo,
las calles y las casas y el amor :
fingíamos amar la soledad
como los presidiarios su condena.
Hoy ya demasiado tarde volví a verte,
Jules Laforgue,
gentil amigo, caballero triste,
burlándote de todo cuanto eras,
solo en el parque de la Emperatriz
con tu luna portátil
– la condecoración que te imponías –
tan correcto con el atardecer,
tan compañero con la melancolía,
tan generoso con el vasto mundo
que apenas alcanzaste a digerir.
Porque con tu sonrisa agonizante
llegaste tarde suave joven bien vestido,
a consolarnos de nuestras pobres vidas
cuando ya te casabas con la muerte.
Ay cuánto uno perdió con el desdén
en nuestra juventud menospreciante
que sólo amó la tempestad, la furia,
cuando el frufrú que tú nos descubriste
o el solo de astro que nos enseñaste
fueron una verdad que no aprendimos :
la belleza del mundo que perdías
para que la heredáramos nosotros :
la noble cifra que no desciframos :
tu juventud mortal que quería enseñarnos
golpeando la ventana con una hoja amarilla:
tu lección de adorable profesor,
de compañero puro
tan reticente como agonizante.
Defectos escogidos, Losada, 1974
En se promenant avec Laforgue
Je vais dire tout net : Pourquoi moi, pourquoi nous,
superficiels, mal attifés, car trop profonds,
n’allâmes-nous jamais bras dessus, bras dessous
avec ce doux Laforgue, mort sans compagnie ?
Avec un purissime en apparence
qui aurait pu nous apprendre la vie à sa façon,
la lune à sa manière,
sans le ressentiment hostile du vaincu ?
Pourquoi n’accompagnâmes-nous pas son violon
qui effeuilla l’automne de papier de son époque
pour l’usage exclusif de chacun, de quiconque,
de tout le monde, comme il est normal ?
Nous étions des adolescents, des sots épris
du ténor acariâtre de Sils-Maria,
celui-là, ah ! Qu’il nous plaisait !
Nous aimions son irréductible solitude
à rebours, le piton des aigles
qui servent seulement à frapper les monnaies,
empereurs, oiseaux destinés
aux doigts de l’embaumeur et aux blasonnements.
Adolescents logés dans des pensions minables,
nourris d’éternels spaghetti,
de miettes de pain dans nos poches déchirés,
tout se réglait sans nous,
les rues et les maisons, l’amour :
nous affections d’aimer la solitude
comme les forçats, leur condamnation.
Aujourd’hui, et trop tard déjà, je t’ai revu,
Jules Laforgue,
gentil ami, sombre seigneur,
te moquant de toi-même en tes moindres détails,
solitaire au parc de l’Impératrice
avec ta lune portative
– la décoration que tu t’imposais –
si correct à l’égard du jour à son déclin,
si fraternel auprès de la mélancolie,
si généreux envers le monde en son ampleur
que tu avais à peine assimilé encore.
Car, avec ton sourire agonisant
tu es venu trop tard ô doux jeune homme bien vêtu
nous consoler de nos médiocres existence
alors qu’avec la mort déjà tu te mariais.
Ah ! Combien avons-nous perdu dans ce dédain
durant nos années de jeunesse méprisante
qui ne sut qu’aimer la tempête, la furie
tandis que le frou-frou que tu nous découvrais
ou le solo astral que tu nous enseignais
étaient des vérités que nous n’apprîmes pas :
cette beauté du monde que tu égarais
afin de nous l’offrir plus tard en héritage :
le noble chiffre qui resta de nous indéchiffré :
ta jeunesse mortelle aspirant à guider
qui cognait au carreau avec sa feuille jaune :
ta leçon d’adorable professeur,
de compagnon intègre et dont la réticence
n’avait pour l’égaler que l’ombre de la mort.
La rose détachée et autres poèmes. 1979. NRF Poésie/Gallimard n°394. 2004. Traduit de l’espagnol par Claude Couffon.