La poétesse uruguayenne Ida Vitale, 95 ans, a remporté jeudi 15 novembre le prix Cervantès, la plus haute distinction de la littérature hispanique.
Les jurés ont voulu récompenser “une trajectoire poétique, intellectuelle, de critique littéraire et de traduction de premier ordre”.
Le choix de la poétesse sud-américaine a surpris, brisant une règle non écrite en vertu de laquelle le prix récompensait jusqu’à présent alternativement des auteurs d’Amérique latine et d’Espagne. En 2017, le Nicaraguayen Sergio Ramirez avait été récompensé.
Ida Vitale est la cinquième femme à recevoir la prestigieuse distinction. La dernière à l’avoir reçue était la Mexicaine Elena Poniatowska en 2013.
Jusqu’à présent, un seul Uruguayen avait remporté ce prix, Juan Carlos Onetti (1909-1994), lauréat en 1980.
Agradecimiento
Agradezco a mi patria sus errores,
los cometidos, los que se ven venir,
ciegos, activos a su blanco de luto.
Agradezco el vendaval contrario,
el semiolvido, la espinosa frontera de argucias,
la falaz negación de gesto oculto.
Sí, gracias, muchas gracias
por haberme llevado a caminar
para que la cicuta haga su efecto
y ya no duela cuando muerde
el metafísico animal de la ausencia. (1)
(1) Peter Sloterdijk.
Remerciement
Je remercie ma patrie pour ses erreurs,
celles déjà commises, celles que l’on voit venir,
aveugles, actives dans leur deuil blanc.
Je remercie la tornade contraire,
le demi-oubli, la frontière épineuse d’arguties,
la fourbe négation du geste occulte.
Oui, merci, merci beaucoup
de m’avoir incitée à marcher
afin que la ciguë soit efficace
et ne blesse plus lorsqu’elle mord
l’animal métaphysique de l’absence. (1)
(1) Peter Sloterdijk.
Après avoir traduit la poésie d’Alvaro Mutis puis celle de César Vallejo, François Maspero avait entrepris de traduire Ida Vitale. La mort l’a surpris au cœur de ce travail en 2015.
Silvia Baron Supervielle a pris le relais. Elle a choisi et traduit la plupart des poèmes qui composent cette anthologie.
Fondation Cartier pour l’art contemporain
Exposition Géométrie Sud du Mexique à la Terre de Feu
14 octobre 2018 – 24 février 2019
La Fondation Cartier a exploré souvent la diversité et la richesse de la création en Amérique Latine. Cette exposition s’intéresse à la présence de la géométrie dans l’art de ce continent, tant chez les artistes issus du monde amérindien que chez ceux qui puisent leur inspiration dans le modernisme européen ou dans l’art précolombien.
Elle rassemble près de 250 œuvres de plus de 70 artistes, de l’art populaire à l’art abstrait, de la céramique à la peinture corporelle en passant par la sculpture, l’architecture ou la vannerie. Elle révèle des répertoires formels présents depuis des temps immémoriaux (par exemple, chez les peuples valdivia qui vivaient sur la côte Pacifique de l’actuel Equateur au néolithique) et qui fascinent toujours les jeunes artistes des nouvelles générations.
Trois oeuvres sont exposées au rez-de-chaussée:
– l’architecte bolivien Freddy Mamani, inspiré par la culture aymara de Tiwanaku, a conçu pour la Fondation un salón de eventos comme ceux qu’il a construits à El Alto. Cette ville de Bolivie, banlieue située à l’ouest de La Paz, est peuplée d’environ un million d’habitants. Elle se trouve à 4 149 mètres au-dessus du niveau de la mer. Le film qui présente Freddy Mamani est très intéressant et sans complaisance aucune.
– Les architectes paraguayens Solano Benítez et Gloria Cabral développent une recherche sur les formes géométriques associée aux matériaux et au savoir-faire propre aux cultures populaires locales. Leur œuvre monumentale est un ensemble fait de modules triangulaires qui joue avec les ombres et les lumières.
– On trouve enfin un ensemble de 22 sculptures de l’artiste vénézuélienne Gego (1912–1994), de son vrai nom Gertrud Louise Goldschmidt. Elle est née à Hambourg dans une famille juive aisée. Elle a fui l’Allemagne nazie en 1939 avec sa famille et s’est installée au Vénézuela. Son œuvre s’inscrit dans la continuité du modernisme européen.
A l’étage inférieur, 220 œuvres proposent un va-et-vient entre art ancien, art populaire et art contemporain. Il s’agit de prendre son temps et d’être attentifs car sinon nous pouvons courir le risque d’être un peu perdus par la richesse des œuvres présentées. En effet, l’accrochage préfère les juxtapositions à la chronologie ou à la géographie.
Cette exposition nous fait voyager du Mexique à la Terre de Feu. Nous avons beaucoup aimé découvrir ces oeuvres colorées, graphiques et spirituelles. Nous avons retrouvé un peu du plaisir que nous avons pris ces dernières années à voyager en Terre de Feu, en Argentine, au Chili, en Equateur, au Pérou, en Bolivie.
Web-série sur les coulisses de l’exposition « Géométries Sud, du Mexique à la Terre de Feu »
El día 16 de julio del año 1942, festividad de la Virgen del Carmen, tres niñas de siete, nueve y once años felicitaron a la hija del general Francisco Franco por su onomástica, le entregaron un ramo de flores y se hincaron de rodillas para pedir clemencia por el pintor Lorenzo Aguirre, que estaba condenado a muerte. La respuesta del franquismo se produjo 82 días más tarde: el 6 de octubre, Margarita, Susy y Francisca Aguirre supieron que su padre acababa de ser ejecutado. Cincuenta y siete años después han sabido que otros presos políticos de la cárcel de Porlier fueron obligados a contemplar la ejecución de aquel hombre bueno, alegre, comprometido con su tiempo y artista versátil, fulgurante y profundo.Lorenzo Aguirre nació en Pamplona en 1884 y vivió parte de su infancia y toda su adolescencia en Alicante. Su pintura ofrecería siempre la mística gravedad navarra y la euforia luminosa del Mediterráneo. Su mirada distribuye en los lienzos la penumbra ancestral de la meditación y la eternidad súbita de la luz. Rubén Darío escribió sobre Antonio Machado: “Era luminoso y profundo, como era hombre de buena fe”; Aguirre fue un artista y un hombre machadiano. De su buena fe hay muchas pruebas. Una de ellas: su predilección por el retrato, su respeto por los rostros humanos. Un respeto que se desplaza también a los paisajes: en su obra los paisajes no son acotaciones del territorio del planeta, sino palpitaciones de la misteriosa casa colectiva en donde los seres humanos “viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra”. A los retratos de Aguirre los ilumina la fraternidad; a sus paisajes los iluminan la lentitud y la compasión. Y siempre, en los rostros de sus criaturas y en los rostros de sus paisajes, comparece la alegría de los colores besándose los unos a los otros; la alegría que exhalan la presencia y las grietas de la vida. Porque pintar de verdad, con verdad, es un acto de gracias.
En el año 1904, Aguirre obtuvo el título de profesor de dibujo en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, y participó, junto con Daniel Vázquez Díaz y José Gutiérrez Solana, en la Exposición Nacional de Bellas Artes. En el año siguiente pintó y rifó una Inmaculada Concepción y con el dinero obtenido en la rifa viajó a Francia, en donde formó parte del equipo de escenógrafos de la Ópera de París. Recorrió varias ciudades europeas para saciar su sed en los museos y regresó a Madrid con 23 años de edad y los ojos y el entusiasmo transformados en almacenes de pintura. A partir de entonces obtuvo medallas como pintor, como cartelista y como caricaturista. En 1917 expuso sus dibujos en el Salón de los Humoristas, junto a Sancha, Bartolozzi, Penagos…, experiencia que repitió dos años después junto con Vázquez Díaz y Benjamín Palencia. En 1925 obtuvo una medalla de oro en la Exposición Internacional de Artes Decorativas, en París, y en el año siguiente obtuvo otra medalla en Madrid, en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Poco después, la Asociación de Pintores y Escultores de Madrid le otorgó por unanimidad la medalla de honor. En enero de 1930 se casó en segundas nupcias con Francisca Benito Rivas, con quien tuvo tres hijas. La paternidad y la República le ayudaron a vivir los años más dichosos y más fértiles de su vida. Sus hijas lo recuerdan llevándolas a ellas y a su esposa a los cines de sesión doble casi todos los días, entusiasmándose con las historias prodigiosas que discurrían en las pantallas cinematográficas, jugando encarnizadamente al ajedrez con la abuela Jenara, pintando horas y horas con una concentración tan fulminante que le llevaba a mojar los pinceles en su tacita de café mientras sonreía contemplando una pincelada. En uno de aquellos instantes de ensimismamiento en que Aguirre bebía café embadurnado de materias pictóricas y reflexionaba sobre la luz de un rostro estalló la guerra civil.
En 1936 se trasladó a Valencia con el Gobierno de la República. En 1937 pidió el carnet del partido comunista. En 1938 se trasladó a Barcelona con las autoridades republicanas. En 1939 cayó por el barranco del exilio con su mujer, sus hijas y la abuela Jenara. Vivió unas semanas en París intentando, como Modigliani, vender dibujos y acuarelas por las calles y las placitas. Su hija Francisca Aguirre escribiría mucho más tarde: “Y como a Modigliani, tampoco a él le compraban”. Se trasladó con su familia a Le Havre, con el propósito de embarcar hacia Latinoamérica, y pintaba retratos y paisajes marítimos, como aferrándose a la solidaridad de los rostros humanos y a la esperanza de una salvación oceánica, que nunca se produjo. Vivían en un hotelito llamado La Rotonde de la Gare, junto al puerto y junto a la estación del ferrocarril, dos objetivos codiciados por los bombarderos alemanes, de manera que a veces se desplazaban a gatas por la habitación para que no les alcanzase la metralla que irrumpía por la ventana con su silbido criminal. Una mañana de 1940 su familia regresó a España mirando para atrás y viendo cómo el pintor, al otro lado de la frontera, los despedía con las manos, cada vez más lejanas. No consiguió embarcar hacia ninguna parte. Fue detenido en la frontera y arrojado a la cárcel guipuzcoana de Ondarreta. El 8 de febrero de 1941 lo trasladaron a la cárcel madrileña de Porlier. En 1947 fue investigado por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Al no conseguir establecer su “condición de masón” archivaron el expediente de un hombre que llevaba cinco años muerto.
Su pintura está viva. Gracias a dos recientes y magníficas exposiciones subvencionadas por las autoridades de las Cajas de Ahorro de Navarra y celebradas en Pamplona y Madrid, e impulsadas por el talento y la bondad de Gregorio Díaz y Camino Paredes, mucha gente ha podido ver que la obra de Lorenzo Aguirre está viva y crece hacia la vida. Aguirre fue clandestino durante medio siglo, pero su pintura está viva. Respiraba en sigilo durante la inacabable posguerra, pero permanecía viva y crecía hacia la vida. Durante décadas no pudo vivir en las salas de exposiciones, pero permanecía viva y se agrandaba hacia el interior de la vida. En el año 1986, y gracias a la gestión de Concepción Badiola y Pedro Manterola, el Banco de Bilbao expuso las obras de Aguirre en Pamplona y Bilbao. En el catálogo que con aquel motivo fue editado, Francisca Aguirre redactó un texto del que reproduzco unas líneas: “No puedo calcular la cantidad de gente maravillosa que ha mirado estos cuadros y que los ha querido. No puedo recordar las palabras de cada uno de ellos. Han sido muchos. Pero recuerdo que esos cuadros estaban el día en que llegó Antonio López con Mari, su mujer. Antonio miró los cuadros y me dijo: “¿Por qué no los limpiamos?”. Fue una resurrección. Antonio había estado en casa de mi hermana Susy y había visto los cuadros de mi padre que ella tiene. Empezó a limpiar una marina y mientras iban apareciendo los colores reales del cuadro me decía: “Lo mejor de tu padre es que tiene un gran poder evocador de lo vital. Cuando pinta la figura humana tiene algo de místico, hay algo religioso en su manera de tratar la carne. Esa obsesión por la figura, que es una constante en su obra, y sus paisajes luminosos, su tratamiento del paisaje, es para mí lo mejor de su pintura, lo más conmovedor”. Lo más conmovedor era también ver a Antonio limpiando con sumo cuidado los cuadros de mi padre”. Lo más conmovedor es también el consuelo que nos agarra la garganta desde unos versos sabios de nuestro maestro don Antonio Machado: “Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido”. Necesitamos creer que Lorenzo Aguirre murió sabiendo que le haríamos “un duelo de labores y esperanzas”.
Le 13 novembre 2018, Francisca Aguirre a reçu Le Prix National des Lettres Espagnoles ( Premio Nacional de las Letras Españolas), attribué depuis 1984 par le ministère espagnol de la Culture à un auteur espagnol pour l’ensemble de son œuvre écrite dans l’une des langues parlées en Espagne. Le prix est doté de 40 000 euros. La maison d’édition Calambur a publié en janvier dernier son oeuvre complète sous le titre de Ensayo general. Son mari, Félix Grande, décédé en 2014, était aussi poète et spécialiste du flamenco. Sa fille, Guadalupe Grande, née en 1965, est aussi poétesse. Son père, républicain, fut exécuté au garrot par les franquistes le 6 octobre 1942 à la prison de Porlier de Madrid.
(Elle est décédée à Madrid le 13 avril 2019)
El último mohicano
A mi madre
No tuve nada, y, sin embargo, de algún modo,
comprendo que lo tuve todo.
No teníamos nada, nada, salvo el miedo, el dolor,
el estupor que produce la muerte.
Cuando mataron a mi padre,
nos quedamos en esa zona de vacío
que va de la vida a la muerte
dentro de esa burbuja última que lanzan los ahogados,
como si todo el aire del mundo se hubiese agotado de pronto.
Ahí nos quedamos,
como peces en una pecera sin agua,
como los atónitos visitantes de un planeta vacío.
Nada teníamos,
aunque también es cierto que ya nada queríamos.
Recuerdo bien que a mi hermana Susi y a mí
nos dieron la noticia en el cuarto de aseo
de aquel colegio para hijas de presos políticos.
Había un espejo enorme
y yo vi la palabra muerte crecer dentro de aquel espejo
hasta salir de él
y alojarse en los ojos de mi hermana
como un vapor letal y pestilente.
Nada ha logrado hacerme olvidar aquellos ojos,
salvo algunas horas de amor
en que Félix y yo éramos dos huérfanos,
y el rostro milagroso de mi hija.
Y nada más tuvimos
durante mucho tiempo.
Pero Mamá tuvo menos que nadie.
Mamá quedó como un espejo sin azogue.
Lo perdió todo,
salvo un hilo delgado que la unía a nosotras,
y por aquel inconcebible puente,
como tres hormiguitas,
íbamos y veníamos a su estatua de vidrio
restituyéndole el azogue.
Volvió a nosotras desde el país del hielo.
Y volvió tan absolutamente,
que gracias a ella, nosotras, que nada teníamos,
lo tuvimos todo.
Mamá fue nuestro Espasa,
nuestro Guerrero del Antifaz,
el País de las Hadas,
la abundancia dentro de la miseria,
nuestro mejor amigo,
nuestro escudo contra los moros,
la enamorada de las bellas artes
la que hizo posible que papá no muriera,
la que lo fue resucitando en cada uno de sus cuadros.
Mamá fue quien nos dijo que mi padre admiraba a los griegos,
que adoraba los libros,
que no podía vivir sin la música,
y que fue amigo de Unamuno.
Cierto que no tuvimos nada.
Que muchas veces nos faltaba todo
Pero aunque algunos días no comimos,
tuvimos una radio para oír a Beethoven.
Y un día de Reyes de 1944
Mamá y los tíos fueron al Rastro.
Nos compraron tres libros: La Cuesta encantada, Nómadas del Norte
y El último mohicano.
Dios sabe cuántas veces habré leído esos libros.
Mamá nos trajo El último mohicano.
Y de la mano de ese indio solitario
entramos en el mundo de lo maravilloso.
Y lo tuvimos todo para siempre.
La Fondation Henri Cartier-Bresson qui a ouvert en mai 2003 a déménagé. Elle ne se trouve plus dans le bel, mais inconfortable immeuble, construit par l’architecte Emile Molinié (Impasse Lebouis n°2 Paris-XIV). Un ancien garage à voitures (79 rue des Archives Paris- III) a été aménagé pour recevoir l’énorme legs du célèbre photographe sur 900 m². De Montparnasse au Marais.
Ouverture: mardi 6 novembre 2018.
La première exposition met en valeur l’oeuvre de la dernière épouse d’Henri Cartier-Bresson (1908-2004), Martine Franck, qui fut à l’origine de la fondation.
Cette grande photographe belge est née le 2 avril 1938 à Anvers. Elle est morte de leucémie le 16 août 2012 à Paris à 74 ans.
Elle épousa Henri Cartier-Bresson en 1970 et partagea sa vie pendant 34 ans.
Sa famille, collectionneuse de peinture, après l’avoir fait grandir entre les États-Unis, l’Angleterre et la Suisse, l’avait accompagnée dans des études universitaires d’histoire de l’art et dans un cursus à l’École du Louvre à Paris.
Comme photographe, elle a travaillé pour Vogue, Life, Fortune ou The New York Times.
En 1983, elle rejoignit l’agence Magnum Photos. Elle n’aimait pas photographier la guerre, mais affrontait la souffrance à travers la vieillesse. Dans son livre Le Temps de vieillir (éditions Filipacchi-Denoël, 1980), elle photographie avec douceur, bienveillance et dignité les vieillards.
Amie d’Ariane Mnouchkine, on voit bien dans l’exposition ses engagements: les mouvements politiques et sociaux des années 60, le mouvement des femmes, le regard sur l’enfance et la vieillesse, les artistes, le Royaume-Uni, l’Asie, le bouddhisme.
Elle défend la cause tibétaine en montrant les enfants tulkus, élevés pour réincarner d’anciens grands maîtres spirituels. Elle a fait aussi de magnifiques portraits d’écrivains et d’artistes.
«Une photographie n’est pas nécessairement un mensonge, mais ce n’est pas la vérité non plus. Il faut être prêt à saluer l’inattendu.»
«Une lettre à la révolution.
Du jour de la naissance jusqu’à l’instant de la mort, la vie n’est qu’une révolution constante. Rien n’est pur moment. Le plus difficile est d’accepter les changements en soi, chez les autres et pourtant la plus belle aventure n’est-ce pas ce parcours qui part de soi pour se connaître, s’oublier, se dépasser?»
«Pour être photographe il faut un bon œil, le sens de la composition, de la compassion et un sens de le l’engagement.»
«L’appareil est en lui-même une frontière à passer de l’autre côté. On ne peut y parvenir qu’en s’oubliant soi-même, momentanément.»
Les ombres se mêlaient et battaient la semelle
Un convoi se formait en gare à Verberie
Les plates-formes se chargeaient d’artillerie
On hissait les chevaux les sacs et les gamelles
Il y avait un lieutenant roux et frisé
Qui criait sans arrêt dans la nuit des ordures
On s’énerve toujours quand la manoeuvre dure
et qu’au-dessus de vous éclatent les fusées
On part Dieu sait pour où Ça tient du mauvais rêve
On glissera le long de la ligne de feu
Quelque part ça commence à n’être plus du jeu
Les bonshommes là-bas attendent la relève
Le train va s’en aller noir en direction
Du sud en traversant les campagnes désertes
Avec ses wagons de dormeurs la bouche ouverte
Et les songes épais des respirations
Il tournera pour éviter la capitale
Au matin pâle On le mettra sur une voie
De garage Un convoi qui donne de la voix
Passe avec ses toits peints et ses croix d’hôpital
Et nous vers l’est à nouveau qui roulons Voyez
La cargaison de chair que notre marche entraîne
Vers le fade parfum qu’exhalent les gangrènes
Au long pourrissement des entonnoirs noyés
Tu n’en reviendras pas toi qui courais les filles
Jeune homme dont j’ai vu battre le cœur à nu
Quand j’ai déchiré ta chemise et toi non plus
Tu n’en reviendras pas vieux joueur de manille
Qu’un obus a coupé par le travers en deux
Pour une fois qu’il avait un jeu du tonnerre
Et toi le tatoué l’ancien Légionnaire
Tu survivras longtemps sans visage sans yeux
Roule au loin roule le train des dernières lueurs
Les soldats assoupis que ta danse secoue
Laissent pencher leur front et fléchissent le cou
Cela sent le tabac la laine et la sueur
Comment vous regarder sans voir vos destinées
Fiancés de la terre et promis des douleurs
La veilleuse vous fait de la couleur des pleurs
Vous bougez vaguement vos jambes condamnées
Vous étirez vos bras vous retrouvez le jour
Arrêt brusque et quelqu’un crie Au jus là-dedans
Vous bâillez Vous avez une bouche et des dents
Et le caporal chante Au pont de Minaucourt
Déjà la pierre pense où votre nom s’inscrit
Déjà vous n’êtes plus qu’un nom d’or sur nos places
Déjà le souvenir de vos amours s’efface
Déjà vous n’êtes plus que pour avoir péri
Le monument aux morts de Gentioux, d’inspiration pacifiste, est situé dans la commune de Gentioux-Pigerolles dans la Creuse.
Le monument fait figurer un enfant le poing tendu vers l’inscription « Maudite soit la guerre », symbolisant la douleur et la révolte après la perte d’un père lors de la Première Guerre mondiale. (Jules Pollacchi, 1922)
Portrait de Guillaume Apollinaire, [La-Rue-des-Bois], août 1908. (Pablo Picasso).
Moitié supérieure. Fusain sur papier. Musée national Picasso-Paris. Dation Pablo Picasso 1979.
Moitié inférieure. Fusain sur papier. Musée national Picasso-Paris. Don Maya Widmaier-Picasso 2014.
Guillaume Albert Vladimir Alexandre Apollinaire de Kostrowitzky, dit Guillaume Apollinaire est mort à Paris le 9 novembre 1918, il y a 100 ans. Il avait 38 ans.
Si je mourais là-bas…
Si je mourais là-bas sur le front de l’armée
Tu pleurerais un jour ô Lou ma bien-aimée
Et puis mon souvenir s’éteindrait comme meurt
Un obus éclatant sur le front de l’armée
Un bel obus semblable aux mimosas en fleur
Et puis ce souvenir éclaté dans l’espace
Couvrirait de mon sang le monde tout entier
La mer les monts les vals et l’étoile qui passe
Les soleils merveilleux mûrissant dans l’espace
Comme font les fruits d’or autour de Baratier
Souvenir oublié vivant dans toutes choses
Je rougirais le bout de tes jolis seins roses
Je rougirais ta bouche et tes cheveux sanglants
Tu ne vieillirais point toutes ces belles choses
Rajeuniraient toujours pour leurs destins galants
Le fatal giclement de mon sang sur le monde
Donnerait au soleil plus de vive clarté
Aux fleurs plus de couleur plus de vitesse à l’onde
Un amour inouï descendrait sur le monde
L’amant serait plus fort dans ton corps écarté
Lou si je meurs là-bas souvenir qu’on oublie
– Souviens-t’en quelquefois aux instants de folie
De jeunesse et d’amour et d’éclatante ardeur –
Mon sang c’est la fontaine ardente du bonheur
Et sois la plus heureuse étant la plus jolie
Ô mon unique amour et ma grande folie
La nuit descend
On y pressent
Un long destin de sang