Antonio Machado y Soria

Soria. Cerro de los Moros desde el castillo y la ermita de San Saturio (J. C. Hervás).

La spéculation immobilière menace les paysages qui entourent Soria et qu’ ont immortalisés les poètes Antonio Machado et Gustavo Adolfo Bécquer. Voir la pétition lancée par notre amie Carmen Heras Uriel.

https://www.change.org/p/el-pueblo-de-soria-que-el-ayuntamiento-de-soria-no-permita-urbanizar-los-parajes-que-inspiraron-a-machado/u/28504678?cs_tk=AtmvLHZp3p9kAnYVI2AAAXicyyvNyQEABF8BvIrK_XTRxurhhfEexcWCzw8%3D&utm_campaign=82a84e68b9c346c2b27503ef4ff5de00&utm_content=initial_v0_4_0&utm_medium=email&utm_source=petition_update&utm_term=cs

Julio Llamazares.

Julio Llamazares a publié dans le journal El País hier un bel article qui rappelle l’importance de la préservation de cet endroit magnifique: Paisaje y memoria.

https://elpais.com/opinion/2021-02-05/paisaje-y-memoria.html

“Decía alguien que los paisajes no existen hasta que los colonizan los escritores o los pintores y esa curva de ballesta que el río Duero traza a los pies de Soria es el ejemplo más claro de que es así. La mirada de Antonio Machado compuso ese lugar para nosotros y ya siempre será como él lo cantó en sus versos, impregnado el paisaje de la emoción que a él le produjo y que es ya patrimonio de todos independientemente de su propiedad real. El paisaje es memoria y como tal nos pertenece a todos, y más en el caso de que constituya un patrimonio cultural y estético, como es el de Soria para su suerte.

Hasta el Romanticismo el paisaje era el decorado del teatro de la vida de los hombres, el telón el fondo del escenario que para nada o muy poco influía en la obra, pero hoy ya sabemos que el paisaje es algo más y lo sabemos por personas como Machado, gente que entendió muy pronto que el paisaje es el alma de las personas, el espejo que refleja sus emociones y sus deseos y que los guarda cuando desaparecen.” (Julio Llamazares)

Antonio Machado. Campos de Castilla. Fac-similé de la couverture de l’édition de 1912.

Campos de Soria (Antonio Machado)

                I

Es la tierra de Soria, árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa
dejando entre las hierbes olorosas
sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.
Al empezar abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.

                II

Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde oscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.
En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor -las nuevas hojas-
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas.

                III

Es el campo ondulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuídos por montes de violeta,
con las cumbre de nieve sonrosada.

                IV

¡ Las figuras del campo sobre el cielo !
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.

                V

La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
La nieve sobre el campo y los caminos
cayendo está como sobre una fosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío,
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío
– tal el golpe de un hacha sobre un leño -.
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.

                VI

¡ Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas !

¡ Muerta ciudad de señores,
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas !

¡ Soria fría ! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡ tan bella ! bajo la luna.

                VII

¡ Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, oscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor ! ¡ Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais ! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas !…

                 VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria – barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra -.

Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.

¡ Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo váis, mi corazón os lleva !

                IX

¡ Oh, sí ! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita,
me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella ?
¡ Gente del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza !

Campos de Castilla. 1912.

Terres de Soria

I

La terre de Soria est aride et froide.
Sur les collines et les sierras pelées
sur les vertes prairies, sur les coteaux de cendre,
le printemps passe
laissant entre les herbes odorantes
ses minuscules pâquerettes blanches.

La terre ne revit pas, la campagne songe.
Quand arrive avril, le flanc du Moncayo
de neige est recouvert ;
le voyageur a le cou et la bouche
enveloppés dans son écharpe et les bergers
passent revêtus de leurs longues capes.

II

Les terres de labour
comme des morceaux d’étamine brune,
le potager, la ruche, les carrés
de vert sombre où paissent les moutons
au milieu de rochers de plomb sèment
un rêve joyeux d’enfantine Arcadie.
Sur les peupliers éloignés du chemin
des branches raides semblent s’élever
comme une vapeur glauque – les feuilles nouvelles –
et dans les fentes des vallées et des ravins
les ronceraies en fleur sont toutes blanches
et poussent les violettes parfumées.

III

Dans les champs ondulés, les chemins
tantôt cachent les voyageurs
montant de petits ânes gris,
tantôt sur le fond du soir rougeoyant
élèvent des silhouettes plébéiennes
qui sur la toile d’or du couchant se détachent.
Mais si vous grimpez sur une colline et que du haut
des pics où habite l’aigle vous regardez les champs,
tout n’est que chatoiement de carmin et d’acier,
plaines couleur de plomb, mamelons argentés,
cernés de montagnes violettes,
aux cimes enneigées de rose.

IV

Les silhouettes des champs sur le ciel !
Deux bœufs labourent lentement
sur un coteau, quand commence l’automne.
Entre les deux têtes noires
penchées sur le joug pesant
pend un panier de jonc et de genêt
qui est le berceau d’un enfant ;
et derrière l’attelage marchent
un homme incliné vers le sol
et une femme qui dans les sillons ouverts
jettent la semence.
Sous un nuage de carmin et de flamme,
dans l’or fluide et verdoyant
du couchant, les ombres grandissent démesurément.

V

La neige. Dans l’auberge sur la campagne ouverte
on voit l’âtre où fument les bûches
et où la marmite bouillonne.
La bise court sur les champs gelés,
soulevant en blancs tourbillons
la neige silencieuse.
Sur les champs et sur les chemins
la neige tombe comme sur une fosse.
Blotti près du feu un vieil homme
tremble et tousse, la vielle file
sa touffe de laine, et une fillette
coud un galon vert à sa bure grenat.
Les vieux sont les parents d’un muletier
qui cheminait sur la terre blanche,
et une nuit perdit la route et le sentier
et s’ensevelit dans les neiges de la sierra.
Près du feu il y a une place vide,
et sur le front renfrogné du vieillard,
comme une tache sombre,
– telle sur un tronc la marque de la hache – .
La vieille regarde la campagne comme si elle entendait
des pas sur la neige. Nul ne passe.
La route voisine, déserte.
Déserte la campagne autour de la maison.
La fillette songe qu’avec ses amies
sur les vertes prairies elle ira courir
dans les jours bleus et dorés,
quand pousseront les blanches marguerites.

VI

Soria du froid, Soria pure,
capitale d’Estrémadure,
avec son château guerrier
tombant en ruine, sur le Douro,
avec ses murailles rongées
et ses maisons toutes noircies !

Morte cité de grands seigneurs,
soldats ou bien chasseurs;
aux porches ornés d’écussons
de cent lignées faméliques,
aux lévriers maigres et fins
qui pullulent
le long des ruelles sordides,
et qui à la minuit hululent,
lorsque croassent les corneilles !

Soria du froid ! La cloche sonne
une heure au tribunal.
Soria, cité castillane,
si belle ! Sous la lune.

VII

Collines argentées,
coteaux grisâtres, rocailles violacées
où le Douro dessine
sa courbe d’arbalète
autour de Soria, obscures chênaies,
champs de cailloux, sauvages, sierras pelées,
chemins tout blancs, peupliers du rivage,
soirs de Soria, mystique et guerrière,
aujourd’hui je ressens pour vous au fond du coeur
une tristesse,
une tristesse qui est amour! Champs de Soria
où l’on dirait que rêvent les rochers,
je vous emporte en moi ! Collines argentées,
coteaux de gris, rochers de pourpre !…

VIII

Je suis revenu voir les peupliers dorés,
Peupliers du chemin sur le rivage
du Douro, entre San Polo et San Saturio,
au-delà des vieilles murailles
de Soria – barbacane tournée
vers l’Aragon, en terre castillane.

Ces peupliers de la rivière, qui accompagnent
du bruissement de leurs feuilles sèches
le son de l’eau, quand le vent souffle,
ont sur l’écorce,
gravées, des initiales qui sont des noms
d’amoureux, des chiffres qui sont des dates.
Peupliers de l’amour dont les branches hier
étaient remplies de rossignols;
peupliers qui serez demain les lyres
du vent parfumé au printemps;
peupliers de l’amour près de l’eau
qui coule, passe et songe,
peupliers des berges du Douro,
vous êtes en moi, mon coeur vous emporte !

IX

Oui, vous êtes en moi, campagnes de Soria,
soirs tranquilles, monts de violette,
allées de peupliers le long de la rivière,
Oh ! Verte rêverie du sol gris et de la terre brune
âcre mélancolie
de la ville décrépite,
vous êtes parvenus jusqu’au fond de mon âme
ou bien vous étiez là, peut-être, tout au fond ?
Gens du haut plateau de Numance
qui gardez Dieu ainsi que vieilles chrétiennes,
que le soleil d’Espagne vous emplisse
de joie, de lumière, de richesses !

Poésies. Paris, Gallimard, 1980. Traduction: Sylvie Léger, Bernard Sesé.

(Pour Julia, née le 3 février 2021 à Burgos, et Gabriel, attendu cette semaine à Madrid.)

Henri Matisse

Fenêtre à Tahiti. 1935. Nice, Musée Matisse.

Nous attendons de voir l’exposition Matisse Comme un roman (21 octobre 2020 – 22 février 2021) au Centre Pompidou. Nous avions réservé pour le 4 novembre : confinement et fermeture des musées. Deuxième tentative pour le 16 décembre. Est-ce que cela sera possible? Pas sûr…

Henri Matisse (1869 – 1954) fait un voyage à Tahiti en 1930. Il a plus de 60 ans.
Le 19 mars, il quitte Paris pour New York, traverse en train les États-Unis et embarque à San Francisco le 21 mars. Il arrive à Tahiti le 29 mars. Il s’installe à Papeete dans une chambre de l’hôtel Stuart, face au front de mer.

Le peintre voyage peu. Lorsqu’il part en voyage c’est pour ressentir le monde et les êtres. Le voyage lui rend une forme de liberté et de nouveauté. Lorsque Matisse arrive à Tahiti, il se met en retrait et ne peint pas. Il se contente de dessiner et de prendre des photos. Il s’imprègne des lumières et observe une nature et des couleurs inédites jusque là.

Pendant ce voyage, il rencontrera le metteur en scène Friedrich Wilhelm Murnau (1888 – 1931) en train de filmer Tabou. Matisse assistera à la projection du film l’année suivante. Durant ce séjour de trois mois, il visitera l’atoll d’Apataki et de Fakarava de l’archipel des Tuamotu. Il est de retour en France le 16 juillet 1930.

Il revient de ce voyage avec de nouvelles lumières et de nouvelles formes. Son trait s’épure. Il obtient une simplification progressive de la ligne. Aragon dira : « Sans Tahiti, Matisse ne serait pas Matisse ».

Raymond Escholier. Matisse, ce vivant. Paris, Librairie Arthème Fayard, 1956.

« Le séjour à Tahiti m’a apporté beaucoup. J’avais une grande envie de connaître la lumière de l’autre côté de l’Équateur, de prendre contact avec les arbres de là-bas, d’y pénétrer les choses. Chaque lumière offre son harmonie particulière. C’est une autre ambiance. La lumière du Pacifique, des îles, est un gobelet d’or profond dans lequel on regarde.
Je me souviens que, tout d’abord, à mon arrivée, ce fut décevant et puis, peu à peu, c’était beau…C’est beau ! Les feuilles des hauts cocotiers retroussées par les alizés faisaient un bruit soyeux. Ce bruit de feuilles était posé sur le grondement de fond d’orchestre des vagues de la mer, vagues qui venaient se briser sur les récifs qui entourent l’île.
Je me baignais dans le « lagon ». Je nageais autour des couleurs des coraux soutenues par les accents piquants et noirs des holothuries. Je plongeais la tête dans l’eau, transparente sur le fond absinthe du « lagon » , les yeux grands ouverts…et puis brusquement je relevais la tête au-dessus de l’eau et fixais l’ensemble lumineux des contrastes…
Tahiti…Les îles…Mais l’île déserte tranquille n’existe pas. Nos soucis d’Européens nous y accompagnent. Or, dans cette île, il n’y avait pas de soucis. Les Européens s’y ennuyaient. Ils y attendaient confortablement la retraite dans une étouffante torpeur et ils ne faisaient rien pour se sortir de cette torpeur, pour remplir, ignorer l’ennui ; ils ne réfléchissaient même plus. Au dessus d’eux, autour d’eux, il y avait cette merveilleuse lumière du premier jour, la magnificence, mais ils ne goûtaient même plus tout cela.
On avait fermé les usines et les indigènes croupissaient dans des jouissances animales. Un beau pays en sommeil dans l’éclatement du soleil.
Oui, l’île déserte et tranquille, le paradis solitaire n’existent pas. On s’y ennuierait vite parce qu’on n’aurait pas d’ennuis.»

Friedrich Wilhelm Murnau. Henri Matisse. Tahiti, 1930.

François Mauriac II


Les traces de François Mauriac à Bordeaux sont toujours bien présentes. En 1925, il a publié Bordeaux. Une enfance provinciale. Ce récit autobiographique est une visite de la ville riche et intime. L’ouvrage a été réédité en 2019 dans son intégralité par L’Esprit du Temps, 33 rue Carnot à Bègles.
On peut regretter un certain nombre de fautes d’impression.

Bordeaux, une enfance provinciale. 1925. La Revue hebdomadaire.

Quelques citations:

« Cette ville où nous naquîmes, où nous fûmes un enfant, un adolescent, c’est la seule qu’ il faudrait nous défendre de juger: elle se confond avec nous, elle est nous-mêmes; nous la portons en nous. L’histoire de Bordeaux est l’histoire de mon corps et de mon âme.»

«Les maisons, les rues de Bordeaux, ce sont les événements de ma vie.»

«Un grenier suffit à Rimbaud pour connaître le monde et illustrer la comédie humaine; il m’a suffi de cette ville triste et belle, de son fleuve limoneux, des vignes qui la couronnent, des pignadas, des sables qui l’enserrent et la font brûlante, pour tout connaître de ce qui devait m’être révélé. Où que j’aille désormais, au-delà des océans et des déserts, mon miel aura toujours le goût de la bruyère chaude, en août, quand l’appel du tocsin et l’odeur de la résine brûlée interrompaient mes devoirs de vacances. Quelque douleur qui m’attende encore, je sais que je l’ai par avance connue dans la clarté mortelle des jours où je devins un homme, sur cette terrasse, à quarante kilomètres de Bordeaux, près d’un calvaire. Plusieurs, qui admirent ou haïssent notre étoile, flattent en nous un beau destin commençant ; mais nous savons, au plus secret de notre âme, que tout est déjà fini : notre enfance à Bordeaux fut une préfiguration.»

«L’enfant a autant besoin que l’homme d’être beau pour être aimé.»

«Bordeaux est ce port qui nous fait rêver de la mer, mais d’où l’on ne voit ni n’entend jamais la mer; et jamais les grands vaisseaux ne remontent le fleuve dont ils redoutent la vase. L’enfant s’enlisait aussi, dans quelles solitudes!»

« Au retour de la Faculté des Lettres, il manquait rarement de traverser la cathédrale. Telle fut la place qu’occupa dans sa vie d’alors cette primatiale Saint-André, qu’il lui arrive aujourd’hui encore de s’étonner lorsque les spécialistes ne lui assignent pas un rang parmi les plus belles cathédrales de France. Peu lui importait que tant de styles y fussent confondus. C’était, en pleine ville, un lieu clos où l’atmosphère de la ville ne pénétrait pas; une terre étrangère où il était assuré d’avance de ne pas rencontrer tel ou tel; une nuit où, sans être taxé de folie, chacun était libre de risquer des gestes aussi extraordinaires que de joindre les mains, se mettre à genoux, cacher son visage ou le lever vers les voûtes. L’enfant s’asseyait dans l’immense nef unique, sans bas-côtés, au bout de laquelle le chœur s’élevait, si étroit, si mince, si pur, que sa grâce était comme féminine et d’abord faisait songer à la Vierge. Le bonheur que l’enfant goûtait là, peut-être était-ce celui de l’insecte qui se terre, et pour qui c’est une angoisse que d’être vu. Comment faire dix pas dans les rues de Bordeaux, sans rencontrer quelqu’un que l’on a déjà salué le matin même? Sans être hélé par un oncle, de la plate-forme d’un tramway : “Où vas-tu comme ça?” (Sans compter ceux qui vous diront: “Je suis passé à côté de toi. dans le Jardin public, tu ne m’as pas vu…, tu faisais des gestes…, tu parlais seul…”) A la cathédrale, il était naturel de parler seul; la prière est d’abord le droit de parler seul. »

«J’ai renié Bordeaux plus de septante fois sept fois.»

Bordeaux. Cathédrale primatiale Saint-André. XII-XVI siècle. Façade nord.

François Mauriac I

Livres achetés à la Librairie Mollat. Bordeaux.

Je lis avec plaisir les livres achetés la semaine dernière à la Librairie Mollat de Bordeaux, parmi eux deux livres de François Mauriac: Bordeaux, une enfance provinciale (1925, La revue hebdomadaire) et Le Cahier noir ( publié sous le pseudonyme de Forez en 1943 aux Éditions de Minuit clandestines).

«Chaque destinée humaine comporte une révélation où, comme dans la révélation chrétienne, les prophéties ne prennent de sens que lorsque les événements les ont éclairées. Bordeaux te rappelle cette saison de ta vie où tu étais entouré de signes que tu ne sus pas interpréter. Alors la ville maternelle touchait doucement toutes les places douloureuses de ton cœur et de ta chair pour que tu fusses averti et que tu te prémunisses contre le destin; elle t’a exercé à la solitude, à la prière, à plusieurs sortes de renoncements. En prévision des jours futurs, elle t’emplissait de visages grotesques ou charmants, de paysages, d’impressions, d’émotions, enfin de tout ce qu’il faut pour écrire. Tu ne l’as payée que d’offenses, mais elle te pardonne; peut-être même te réserve-t-elle, comme à certains de ses fils d’une gloire médiocre, Maxime Lalanne ou Léon Valade, un buste à quelque tournant d’allée du jardin public. Un de tes jeunes amis parisiens, devenu grisonnant et illustre, viendra entre deux trains pour l’inauguration et lira un discours sous un parapluie que l’on verra bouger trois secondes sur l’écran du Pathé-Journal. Puis, la petite troupe dispersée, il ne restera plus que les moineaux qui couvriront ton effigie de larmes blanches, et les enfants pour qui tu ne seras rien que “le but” dans leurs parties de cache-cache.»

En empruntant l’entrée principale du Jardin public de Bordeaux (1746), située cours de Verdun on peut assez rapidement voir un buste aux multiples facettes. Il s’agit de celui de François Mauriac réalisé par le sculpteur d’origine russe Ossip Zadkine (1890-1967). L’original de ce buste est un plâtre qui se trouve au musée d’Aquitaine et qui a donné lieu à trois bronzes dont l’un se trouve au Musée des Beaux-Arts de Bordeaux. Le buste original du Jardin public a été volé en 1993 et il n’a été retrouvé que deux ans plus tard avant d’être offert à la famille de François Mauriac. C’est une copie que l’on peut voir aujourd’hui dans les allées du Jardin public.

Bordeaux, Jardin public. Buste de François Mauriac (Ossip Zadkine). 1943.
François Mauriac (Ossip Zadkine). 1943. Bordeaux, Musée des Beaux-Arts. Dépot du Musée National d’Art Moderne (Centre Georges Pompidou).

De 1941 à 1945, Ossip Zadkine est exilé à New York. Il réalise le buste de François Mauriac d’après des photographies.

Hölderlin

Friedrich Hölderlin (Franz Karl Hiemer). 1792.

Friedrich Hölderlin (1770-1843) arrive à Bordeaux le 28 janvier 1802 au matin, après un voyage difficile (par Lyon, l’Auvergne, le Périgord). Il demande son chemin pour arriver jusqu’au domicile du consul de la république de Hambourg (37 allées de Tourny), Daniel Christophe Meyer, négociant en vins installé depuis vingt-sept ans à Bordeaux, marié à une française et propriétaire de vignobles à Blanquefort, dans le Médoc. Il doit servir de précepteur aux enfants du couple. Fatigué par de longues journées de marche, il traverse le pont sur la Garonne. Il aime ce fleuve et sa courbe, le port rempli de bateaux. Le vent sent le sel, la mer qu’il n’a jamais vue. Il est bien reçu par le consul en personne. On lui montre sa chambre. Le soir même, il écrit à sa mère: « Je suis presque trop magnifiquement logé.». L’instruction des cinq fillettes ne lui donne aucun mal, mais son caractère taciturne frappe les Meyer. Il se promène souvent sur les quais de la Garonne et accompagne les enfants au bord de l’océan. Il quitte de façon précipité la ville en mai 1802. Il aura passé cent deux jours en Aquitaine. On sait peu de choses de ce séjour, mais il a laissé un beau poème, Souvenir, et quelques allusions dans des esquisses.
Il décrit ainsi son état: «L’élément violent, le feu du ciel et le silence des hommes […] cela m’a saisi et, comme on le dit des héros, je peux dire de moi aussi qu’Apollon m’a frappé.» Il a probablement effectué à pied le voyage de retour à travers la France post-révolutionnaire. Il passe par la Vendée et Paris où il visite les Antiquités au Louvre. Un mois après son départ, il reparaît à Stuttgart, «blanc comme un mort, amaigri, avec de grands yeux creux et le regard égaré, la barbe et le cheveu longs, vêtu comme un mendiant». En passant par Francfort, il y a appris la mort le 22 juin 1802 de sa muse Susette Gontard (1769-1802), épouse d’un banquier d’origine grenobloise et huguenote, Jacob Gontard. Hölderlin l’a célébrée sous le nom de Diotima dans le roman épistolaire Hypérion ou l’Ermite de Grèce (1797-99). «C’est un terrible mystère qu’un être pareil soit destiné à mourir».
Les critiques datent l’éclosion de la «folie» du poète du retour de Bordeaux. Son état de santé se dégrade de plus en plus. Il est interné le 11 septembre 1806 de force en clinique à Tübingen. Il échappe à cet enfer le 3 mai 1807, et devient pendant trente-six ans le pensionnaire du menuisier Ernst Zimmer, grand lecteur d’Hypérion, au premier étage d’une tour de Tübingen qui domine le Neckar. Hölderlin rédige encore des poèmes portant principalement sur le cycle naturel des saisons. Il meurt à 73 ans le 7 juin 1843 vers onze heures du soir. Il est enterré au cimetière de Tübingen.

Souvenir

Le vent du Nord-Est se lève,
De tous les vents mon préféré
Parce qu’il promet aux marins
Haleine ardente et traversée heureuse.
Pars donc et porte mon salut
A la belle Garonne
Et aux jardins de Bordeaux, là-bas
Où le sentier sur la rive abrupte
S’allonge, où le ruisseau profondément
Choit dans le fleuve, mais au-dessus
Regarde au loin un noble couple
De chênes et de trembles d’argent.

Je m’en souviens encore, et je revois
Ces larges cimes que penche
Sur le moulin la forêt d’ormes,
Mais dans la cour, c’est un figuier qui croît.
Là vont aux jours de fête
Les femmes brunes
Sur le sol doux comme une soie,
Au temps de Mars,
Quand la nuit et le jour sont de même longueur,
Quand sur les lents sentiers
Avec son faix léger de rêves,
Brillants, glisse le bercement des brises.

Ah! qu’on me tende,
Gorgée de sa sombre lumière,
La coupe odorante
Qui me donnera le repos! Oh, la douceur
D’un assoupissement parmi les ombres!
Il n’est pas bon
De n’avoir dans l’âme nulle périssable
Pensée, et cependant
Un entretien, c’est chose bonne, et de dire
Ce que pense le cœur, d’entendre longuement parler
Des journées de l’amour
Et des grands faits qui s’accomplissent.

Mais où sont-ils ceux que j’aimai? Bellarmin
Avec son compagnon? Maint homme
A peur de remonter jusqu’à la source;
Oui, c’est la mer
Le lieu premier de la richesse. Eux,
Pareils à des peintres, assemblent
Les beautés de la terre, et ne dédaignent
Point la Guerre ailée, ni
Pour des ans, de vivre solitaires
Sous le mât sans feuillage, aux lieux où ne trouent point
La nuit
De leurs éclats les fêtes de la ville,
Les musiques et les danses du pays.

Mais vers les Indes à cette heure
Ils sont partis, ayant quitté
Là-bas, livrée aux vents, la pointe extrême
Des montagnes de raisin d’où la Dordogne
Descend, où débouchent le fleuve et la royale
Garonne, larges comme la mer, leurs eaux unies.
La mer enlève et rend la mémoire, l’amour
De ses yeux jamais las fixe et contemple,
Mais les poètes seuls fondent ce qui demeure.

Que mille rivières bercent tes gestes.

Oeuvres. Gallimard. Bibliothèque de la Pléiade. Édition sous la direction de Philippe Jaccottet. 1967. Traduction: Gustave Roud.

Tübingen, La tour de Hölderlin sur les bords du Neckar.

Arthur Schopenhauer 1788 – 1860

Portrait de jeunesse de Schopenhauer. 1832.

En 1803, alors âgé de 15 ans, le futur philosophe Schopenhauer, accompagné de ses parents ( Henri Floris Schopenhauer, riche commerçant libéral, et Johanna Schopenhauer, née Trosiener, la “Madame de Staël” allemande ) découvre la vie au cours d’un long voyage à travers l’Europe (mai 1803-septembre 1804). Ils vont séjourner à Bordeaux du 5 février au 24 mars 1804 et fréquenter le monde assez fermé des négociants des Chartrons. Le jeune Arthur va s’intéresser aux fêtes, aux aux jeux d’argent et aux femmes plus qu’aux affaires.

« Par hasard, pendant la dernière semaine que nous passâmes à Bordeaux, se déroula le carnaval qui, cette année, fut moins joyeux que d’ordinaire. M. Lienau nous accompagna à deux bals de souscripteurs, qui constituent l’essentiel du divertissement bordelais en hiver. Le premier était le bal de l’Intendance, qui a lieu dans la ville et qui est fréquenté par les habitants de la ville, par aucun membre de la noblesse. Le local se compose d’une enfilade d’assez grandes pièces mais qui sont mal éclairées, mal meublées et mal décorées. L’assistance se composait de quatre-vingts à quatre vingt-dix personnes. C’est curieux d’y entendre beaucoup parler l’allemand, qui semble vraiment être devenu la langue à la mode. Certes à Bordeaux, beaucoup d’Allemands se sont établis, mais ceux-là précisément ne viennent pas au bal. Á Paris aussi, j’ai remarqué qu’on parlait beaucoup l’allemand, et que beaucoup de Français l’étudiaient sans nécessité particulière.
Le deuxième bal où nous nous rendîmes est le bal de l’hôtel Franklin, souvent appelé bal Anglais, bien qu’on n’y rencontre pas d’Anglais. Le local et la fréquentation de ce bal sont plus élégants qu’au premier; les souscripteurs sont presque tous des habitants des Chartrons, à savoir des marchands, et beaucoup d’étrangers. L’assistance se compose d’environ cent cinquante personnes. On danse dans une salle extrêmement vaste, mais qui manque singulièrement de hauteur de plafond. Outre celle-ci, il y a une salle où l’on joue à l’écarté, le seul jeu du moment en dehors de la bouillotte. L’éclairage de ce bal est bon, mais l’ameublement aussi médiocre que celui de l’Intendance. Je trouve un peu mesquin dans ce genre de bal, qu’on doive s’acquitter sur-le-champ des consommations. Lorsqu’à dix heures et demie nous entrâmes, nous fûmes pratiquement les premiers. Durant les trois derniers jours du carnaval, les masques se promènent dans la rue. Ceci est un grand privilège accordé au peuple mais qui cette fois, mécontent, participa très peu. Le Mardi gras, nous visitâmes les deux mascarades principales. D’abord nous allâmes au Grand-Théâtre. L’entrée de ce bâtiment somptueux étonne, et plus encore en ce jour de fête. De chaque côté de la porte, à l’intérieur, il y a deux escaliers de pierre très beaux, menant à une galerie magnifique, soutenue par des colonnes précieuses, chefs d’oeuvre de l’architecture. Le parvis, les escaliers, la galerie sont illuminés par des éclairages multicolores et remplis par la foule colorée des masques. Celui qui découvre ce spectacle pour la première fois est très surpris. La bâtisse est vraiment très importante. Elle comprend la grande salle de spectacle, une vaste salle de concerts, et peut-être encore six grandes pièces. En dépit de son immensité, il y avait dans tout ce bâtiment, dans loges, dans les couloirs, une foule si pressante qu’il était presque impossible de danser. Comme le prix des entrées (trois livres) était beaucoup trop bas, il en résulta un inévitable brassage des couches de la société, ce qui se décelait surtout à la présence d’une très forte odeur d’ail qui, dans ces régions, est l’apanage des gens du peuple. Cela est fort désagréable, surtout pour l’étranger. Bien qu’en ce jour de fête on voie plus de masques qu’à l’ordinaire, je pouvais compter un masque pour douze personnes non masquées. Parmi tous ces masques, aucun n’était extraordinaire ni original. La principale distraction de la plupart des personnes qui fréquentent ces bals est le jeu. Dans une longue pièce, il y a deux séries de tables qu’on peut louer pour douze livres; à chacune d’elle se trouvent un ou deux Dominos, mais aussi parfois des personnes non travesties, souvent des femmes, qui ont près d’elles un énorme tas de faux louis d’or et qui, en frappant avec des cornets sur la table, incitent les amateurs à jouer aux dés avec elles, pour n’importe quelle somme, ne dépassant toutefois pas un louis d’or. Généralement, elles gagnent, car beaucoup engagent leurs bons louis d’or contre les leurs qui sont faux. Il y a aussi une table de change, où l’on donne cinq mauvais louis d’or pour deux bons. Dans une autre salle, on joue à la roulette.»

Journal de voyage. Mercure de France. 1989. Collection Le Temps retrouvé. Traduction: Didier Raymond.

Luis Cernuda

Sevilla. Jardines del Alcázar. Lado oeste desde un balcón de la galería del Grutesco.

Nous devions aller à Séville en mars. Voyage annulé pour cause de confinement. Dommage! Juan Ramón Jiménez, dans son Diario de un poeta recién casado (1917) s’exprimait ainsi:

“En la primavera universal, suele el Paraíso descender hasta Sevilla”

Évocation nostalgique d’une fontaine des jardins de l’Alcázar où le poète Luis Cernuda (1902-1963) venait quand il était jeune. Il vivait alors en exil à Glasgow, ville qu’il détestait.

Jardín antiguo

Ir de nuevo al jardín cerrado,
Que tras los arcos de la tapia,
Entre magnolios, limoneros,
Guarda el encanto de las aguas.

Oír de nuevo en el silencio,
Vivo de trinos y de hojas,
El susurro tibio del aire
Donde las almas viejas flotan.

Ver otra vez el cielo hondo
A lo lejos, la torre esbelta
Tal flor de luz sobre las palmas:
Las cosas todas siempre bellas.

Sentir otra vez, como entonces,
La espina aguda del deseo,
Mientras la juventud pasada
Vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.

Glasgow, 13 de septiembre de 1939.

Las nubes, 1937-1940.

Jardin ancien

Revenir à ce jardin clos,
Qui derrière les arcs du mur,
Parmi magnolias, citronniers,
Garde l’enchantement des eaux.

Entendre encor dans le silence,
Vivant de trilles et de feuilles,
Le tiède murmure de l’air
Où flottent des âmes anciennes,

Voir de nouveau le ciel profond
Dans le lointain, la tour svelte
Fleur de lumière sur les palmes:
Toutes les choses toujours belles.

Sentir de nouveau, comme alors,
L’épine acérée du désir,
Tandis que la jeunesse enfuie
Revient. Songe d’un dieu sans temps.

Les nuages 1937-1940. Traduction de Jacques Ancet.

Umberto Saba 1883 – 1957

Trieste. Via Dante Alighieri 4. Statue d’Umberto Saba (Nino Spagnoli 1920-2006). 2004.

(Je remercie Nathalie de C. qui sur son blog de griffomane http://patte-de-mouette.fr/ m’ a rappelé l’existence du grand poète de Trieste, Umberto Saba).

J’ai recherché les poèmes qui figurent dans l’ Anthologie bilingue de la poésie italienne, éditions Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade. Il y en a trois: Trieste, Mots et Ulysse.

Je me suis souvenu aussi de ce voyage d’avril 2008 en Slovénie et à Trieste sur les pas de Rilke, Joyce, Saba et Svevo. Beauté des côtes dalmates.

PAROLE

Parole,
Dove il cuore dell’uomo si specchiava
Nudo e sorpreso – alle origini ; un angolo
Cerco nel mondo, l’oasi propizia
A detergere voi con il mio pianto
Dalla menzogna che vi acceca. Insieme
Delle memorie spaventose il cumulo
Si scioglierebbe, come neve al sole.

Tutte le poesie, éditées par Arrigo Stara, Mondadori, Milano, 1988, page 431.

MOTS

Mots,
Où le cœur de l’homme se reflétait
Nu et surpris – aux origines ; je cherche
Au monde un coin perdu, l’oasis propice
À vous laver par mes pleurs
Du mensonge qui vous aveugle. Alors
Fondrait aussi la masse des souvenirs
Effrayants, comme neige au soleil.

Traduction de Philippe Renard, in Anthologie bilingue de la poésie italienne, éditions Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, pages 1314-1315.

Ulisse

Nella mia giovinezza ho navigato
Lungo le coste dalmate. Isolotti
A fior d’onda emergevano, ove raro
Un uccello sostava intento a prede, 
Coperti d’alghe, scivolosi, al sole
Belli come smeraldi. Quando l’alta
Marea e la notte li annullava, vele
Sottovento sbandavano più al largo,
Per fuggirne l’insidia. Oggi il mio regno
E quella terra di nessuno. Il porto
Accende ad altri i suoi lumi; me al largo
Sospinge ancora il non domato spirito,
E della vita il doloroso amore.

Mediterranee. Mondadori editore, Milano, 1946

Ulysse

J’ai navigué dans ma jeunesse
Le long des côtes dalmates. Des îlots
Emergeaient à fleur d’eau, où parfois
S’arrêtait un oiseau guettant sa proie,
Couverts d’algues, glissants, beaux
Au soleil comme des émeraudes. Quand la marée
Haute et la nuit les annulaient, les voiles
Sous le vent dérivaient plus au large,
Pour en fuir l’embûche. Aujourd’hui mon royaume
Est cette terre de personne. Le port
Pour d’autres allume ses feux; l’esprit
Indompté me pousse encore au large,
Et de la vie le douloureux amour.

Traduit de l’italien par Philippe Renard. Anthologie bilingue de la poésie italienne. Editions Gallimard (La Pléiade), 1994. Pages 1314-1315.

TRIESTE

Ho attraversato tutta la città.
Poi ho salita un’erta,
Popolosa in principio, in là deserta,
Chiusa da un muricciolo:
Un cantuccio in cui solo
Siedo; e mi pare che dove esso termina
Termini la città.

Trieste ha una scontrosa
Grazia. Se piace,
E come un ragazzaccio aspro e vorace,
Con gli occhi azzurri e mani troppo grandi
Per regalare un fiore;
Come un amore
Con gelosia.
Da quest’erta ogni chiesa, ogni sua via
Scopro, se mena all’ingombrata spiaggia,
O alla collina cui, sulla sassosa
Cima, una casa, l’ultima, s’aggrappa.
Intorno
Circola ad ogni cosa
Un’aria strana, un’aria tormentosa,
L’aria natia.

La mia città che in ogni parte è viva,
Ha il cantuccio a me fatto, alla mia vita
Pensosa e schiva.

Trieste e una donna, 1910-12, in Il Canzoniere, Einaudi tascabili, Torino, 2004, p. 79.

Trieste

J’ai traversé toute la ville.
Et j’ai gravi une pente,
Populeuse d’abord, plus loin déserte,
Que borne un muret:
Un recoin où solitaire
Je m’assieds et il me semble qu’où il s’arrête
S’arrête la ville.

Trieste a une grâce
Ombrageuse. Elle plaît,
Mais comme un voyou âpre et vorace,
Aux yeux bleus, aux mains trop grandes
Pour offrir une fleur;
Comme un amour
Avec jalousie.
De cette pente, je découvre toutes les églises,
Toutes les rues, qu’elles mènent sur la plage bondée
Ou sur la colline, au sommet pierreux
De laquelle une maison, la dernière, s’aggrippe.
Autour
De toute chose circule
Un air étrange, un air tourmenté,
l’air natal.

Ma ville, de toutes parts vivante,
A pour moi fait ce recoin, pour ma vie
Pensive et recluse.

Traduit de l’italien par Philippe Renard. Anthologie bilingue de la poésie italienne. Editions Gallimard (La Pléiade), 1994. Pages 1312-1313.

Trieste. Via San Nicolo 30. Libreria Antiquaria Umberto Saba.

Le voyage (Charles Baudelaire)

Portrait de Baudelaire (Roger Favier) pour l’illustration des Œuvres du poète , Editions Louis Conard 1922.

Composé en février 1859 durant le séjour que Charles Baudelaire fit à Honfleur chez sa mère, Mme Aupick, ce long poème qui clôt l’édition de 1861 (seconde édition) est dédié à son ami Maxime Du Camp (1822–1894) envers qui il avait quelques dettes de reconnaissance. Cette cantate finale reprend tous les thème majeurs des Fleurs du Mal. Elle semble bien la conclusion voulue par le poète pour cette édition et lui donne une unité. Il est ironique de placer ce poème sous l’égide de Maxime Du Camp, chantre inconditionnel du Progrès. Ce dernier, grand voyageur et écrivain bien oublié aujourd’hui, fut l’ami de Gustave Flaubert, de Théophile Gautier et de…Charles Baudelaire.

VII

Amer savoir, celui qu’on tire du voyage !
Le monde, monotone et petit, aujourd’hui,
Hier, demain, toujours, nous fait voir notre image :
Une oasis d’horreur dans un désert d’ennui !

Faut-il partir? rester ? Si tu peux rester, reste ;
Pars, s’il le faut. L’un court, et l’autre se tapit
Pour tromper l’ennemi vigilant et funeste,
Le Temps ! Il est, hélas ! des coureurs sans répit,

Comme le Juif errant et comme les apôtres,
À qui rien ne suffit, ni wagon ni vaisseau,
Pour fuir ce rétiaire infâme : il en est d’autres
Qui savent le tuer sans quitter leur berceau.

Lorsque enfin il mettra le pied sur notre échine,
Nous pourrons espérer et crier : En avant !
De même qu’autrefois nous partions pour la Chine,
Les yeux fixés au large et les cheveux au vent,

Nous nous embarquerons sur la mer des Ténèbres
Avec le coeur joyeux d’un jeune passager.
Entendez-vous ces voix, charmantes et funèbres,
Qui chantent : « Par ici ! vous qui voulez manger

Le Lotus parfumé ! c’est ici qu’on vendange
Les fruits miraculeux dont votre coeur a faim ;
Venez vous enivrer de la douceur étrange
De cette après-midi qui n’a jamais de fin ! »

À l’accent familier nous devinons le spectre ;
Nos Pylades là-bas tendent leurs bras vers nous.
« Pour rafraîchir ton coeur nage vers ton Électre ! »
Dit celle dont jadis nous baisions les genoux.

VIII

Ô Mort, vieux capitaine, il est temps ! levons l’ancre !
Ce pays nous ennuie, ô Mort ! Appareillons !
Si le ciel et la mer sont noirs comme de l’encre,
Nos coeurs que tu connais sont remplis de rayons !

Verse-nous ton poison pour qu’il nous réconforte !
Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu’importe?
Au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau !

Les Fleurs du mal.1861.

Maxime Du Camp (Nadar). Années 1860.

Pablo Neruda

Pablo Neruda.

(Merci à Cécile Prévot qui m’a rappelé ce poème)

Flamenco
(Pheinicoprteris Chilensis)
Niño era yo, Pablo Neruda,
vecino del agua en Toltén,
del implacable mar, del río,
del agua encerrada en el lago.
La espesa montaña olorosa
se fotografiaba en las aguas
y el ulmo doble florecía
sobre la selva y en el agua.
Entonces, oh entonces! viví,
honor del tiempo transparente,
la visión de un angel rosado
que traía pausado vuelo.
Era su cuerpo hecho de plumas,
eran de pétalos sus alas,
era una rosa que volaba
dirigiéndose a la dulzura.
Se posó el ángel en el agua
como una nave nacarada
y resplandecía en la luz
el rosal rosa de su cuello.

Abandoné aquellas regiones
me vestí de frac y de hierro,
cambié de idioma y de estatura,
resucité de muchas muertes,
me mordieron muchos dolores,
sin cesar cambié de alegría,
pero en el fondo de mí mismo
como en aquel lago perdido
sigue viviendo la visión
de un ave o ángel indeleble
que transformó la luz del día
con el esplendor de su ser
y su movimiento rosado.

Arte de pájaros. Santiago, Ediciones Sociedad de Amigos del Arte Contemporáneo, 1966.

(…) Mais au fond de moi-même,
comme dans ce lac perdu,
continue à vivre la vision
d’un oiseau ou ange indélébile
que transforme la lumière du jour
avec la splendeur de sa présence
et son rose en mouvement.

Le chanteur chilien Ángel Parra (1943-2017), fils de Violeta Parra, a réalisé un album en 1966 à partir de ce recueil de poèmes.

Le salar d’Atacama est le salar ou dépôt salin le plus grand du Chili (3000 km²). Il est situé à 2305 mètres d’altitude dans la région d’Antofagasta, à 55 km au sud de la ville de San Pedro de Atacama, au pied des hauts volcans Licancabur (5916 m.) et Láscar (5592 m.). La lagune Chaxa est un poumon de vie dans le très hostile salar d’Atacama. Le site a été inscrit en 1996 dans la liste des “zones humides d’importance internationale”. On peut y observer les 3 espèces de flamants de la région.

Lagune Chaxa (Chili).