Apelación
Muerte, vieja fisgona, solapada alcahueta,
descarada inquilina de cuerpos aún calientes,
militante secreta de la nada,
boca oscura que a todos nos devoras
y a todos nos trituras
y a todos nos escupes convertidos en polvo:
ya te estoy esperando,
ya vi tu ojo de sangre sonreírme
y me escupió tu rancio aliento el rostro.
Por ti este sol que hace nacer las sombras duele tanto
y el día se hace breve como un gesto;
hace ya muchos días que por dentro te llevo,
que por mí te derramas como un cáncer espeso.
Aquí estoy, dócil presa a tu avidez rendida:
arráncame los ojos con tu mano enlodada, prívame de la herida de la tarde,
del oso embravecido que pinta aquella nube,
de la mancha escarlata del envés de esta hoja.
Devórame la piel,
niégame el humo
que al borde de la noche huele a infancia.
Rompe todas las cuerdas, destruye los violines,
gangrena las gargantas de los pájaros.
Destroza mi estructura hueso a hueso,
conviérteme en arena, en polvo, en nada,
pero déjame, virgen asesina,
la inocente ilusión de la palabra.
De círculo y ceniza, 1989.