Piedad Bonnett est née à Amalfi (Antioquia) en Colombie) en 1951. C’est une poétesse, romancière, dramaturge et critique littéraire.
Sa famille s’installe à Bogota lorsqu’elle a 8 ans. Elle a obtenu une licence de Philosophie et Lettres à l’Université des Andes de Bogota, où elle est professeur de philosophie et de langues depuis 1981.
Elle a obtenu de nombreux prix, par exemple le Prix National de Poésie, Instituto Colombiano de Cultura en 1994, le Prix Casa de las Américas, Prix de poésie José Lezama Lima, en 2014, pour Explicaciones no pedidas.
Lo que no tiene nombre, 2013 a été traduit en français sous le titre Ce qui n’a pas de nom (Éditions Métailié, 2017). Dans ce court récit, Piedad Bonnett raconte à la première personne le suicide de son fils Daniel, vingt-huit ans, qui s’est jeté du toit de son immeuble à New York le 14 mai 2011. Huit ans plus tôt, on avait diagnostiqué sa schizophrénie. Elle raconte son besoin désespéré de trouver des traces d’une vie personnelle, un journal, des écrits et essaie de comprendre le combat inégal du jeune homme contre la folie qui le cerne.
Rosa Montero: «Un livre incandescent, courageux jusqu’à la violence, extraordinaire. Piedad Bonnett écrit depuis l’abîme et éclaire l’obscurité avec un texte pénétrant et indispensable.»
Mario Vargas Llosa: «La vie, la mort et la littérature se mêlent comme sur une scène de théâtre dans ce témoignage extraordinaire où convergent la vérité la plus intime et le talent créatif.»
Piedad Bonnett a lu ce texte lors de l’enterrement de son fils:
“Daniel amaba la vida. Amaba el sol y el agua, la buena comida, el cine, la música. Amaba también el conocimiento. Y amó mucho su arte, el dibujo y la pintura, a cuyo estudio y práctica dedico muchas horas, de las que derivó, sin duda, mucha felicidad. Daniel disfrutó sus amigos, su familia, y supo lo que era enamorarse, sufrir y gozar el amor. Adoraba viajar y lo hizo todas las veces que pudo. Realizó su sueño cuando se fue a vivir a Nueva York, ciudad que conoció bien desde su adolescencia, cuando viajaba en vacaciones a tomar cursos de pintura.
Fue un muchacho talentoso, sensible, amable y respetuoso con los demás, disciplinado y cumplidor de su deber. Al ingresar a su cuarto en Nueva York, después de su muerte, nos sorprendió el orden impecable en que vivía, rodeado de cuadernos y libros y objetos queridos. No parecía, como en el poema de Wistawa Szymborska, “que de esa habitación no hubiera salida, al menos por la puerta/ o que no tuviera perspectiva, al menos desde la ventana.
Por eso, si él pudiera ver hoy lo que hizo, tal vez lo lamentaría. O tal vez no. Porque Daniel tuvo que dar, desde sus 18 años, una gran batalla contra un trastorno mental. Y fue así como con gran valentía y con la ayuda de algunos de los que lo quisimos y de su médico, Danny pudo estudiar arte, hacer una opción en arquitectura, ser maestro de niños y jóvenes, pintar sus cuadros, e ingresar a hacer su maestría en la Universidad de Columbia. Pero esta vez la enfermedad, el cansancio y el dolor, terminaron por vencerlo.
Recordemos a Daniel como lo que en esencia fue: un muchacho no sólo inteligente sino bueno. Y consolémonos pensando que, como en el verso de José Emilio Pacheco, en nuestra memoria, con sus espléndidos 28 años, ahora es bello para siempre.”