Julio Cortázar (Ixelles, Belgique, 26 août 1914-Paris, 12 février 1984).
Le grand écrivain argentin publia la nouvelle Las babas del diablo dans le recueil Las armas secretas de 1959. Il inspira le film de Michelangelo Antonioni, Blow Up de 1966.
L’oeuvre de Julio Cortázar subit une relative traversée du désert dans le monde hispanique, à la différence de celle de Jorge Luis Borges. Marelle (Rayuela), publié en 1963, fut un livre capital pour toute une génération. Je l’aime encore beaucoup. On trouve dans ses contes et nouvelles de véritables chefs d’oeuvre, des textes presque parfaits (Continuidad de los parques, Casa tomada...). Il est enterré avec sa dernière compagne, Carol Dunlop, au cimetière du Montparnasse. Les touristes latinoaméricains visitent sa tombe régulièrement ainsi que celle du poète péruvien César Vallejo. On voit un cronope, personnage qu’il a créé sur sa tombe. Cette sculpture a été réalisée par Julio Silva.
Gabriel García Márquez:
“Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón. Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además
otro menos frecuente: la devoción”.
Carlos Fuentes:
“Por fin, en 1960, llegué a una placita parisina sombreada, llena de artesanos y cafés, no lejos del Metro Aéreo. Verlo por primera vez era una sorpresa. En mi memoria, entonces, sólo había una foto vieja, publicada en un número de aniversario de la revista Sur. Un señor viejo, con gruesos lentes, cara delgada, el pelo sumamente aplacado por la gomina, vestido de negro y con un aspecto prohibitivo, similar al del personaje de los dibujos llamado Fúlmine.
El muchacho que salió a recibirme era seguramente el hijo de aquel sombrío colaborador de Sur: un joven desmelenado, pecoso, lampiño, desgarbado, con pantalones de dril y camisa de manga corta, abierta en el cuello; un rostro, entonces, de no más de veinte años, animado por una carcajada honda, una mirada verde, inocente, de ojos infinitamente largos, separados y dos cejas sagaces, tejidas entre sí, dispuestas a lanzarle una maldición cervantina a todo el que se atreviese a violar la pureza de su mirada.
–Pibe, quiero ver a tu papá. (Dijo Carlos Fuentes)
– Yo soy Julio Cortázar”.