Je lis en ce moment Cuando editar era una fiesta. Correspondencia de Jaime Salinas (1925-2011). Le fils du grand poète de la Génération de 1927 avait déjà publié un tome de mémoires: Travesías. Memorias (1925-1955). Barcelona, Tusquets, 2003. Prix Comillas de Biographie. Le récit s’arrêtait lorsqu’il revenait dans l’Espagne franquiste en 1955. Enric Bou, lui, a utilisé l’abondante correspondance de Jaime Salinas avec son compagnon, l’écrivain islandais Gudbergur Bergsson, pour couvrir la période allant de 1955 à 1998, C’est un témoignage sincère sur le monde intellectuel, l’évolution de la société espagnole à la fin du franquisme et lors de la Transition. Jaime Salinas a joué un rôle très important dans les maisons d’édition de l’époque: Seix Barral, Alianza, Alfaguara ou Aguilar. Il fut aussi Directeur du Livre et des Bibliothèques de 1982 à 1985 sous le premier gouvernement socialiste.
Son cosmopolitisme détonait dans l’Espagne de l’époque. Polyglotte, il dominait parfaitement en plus de l’espagnol, le français et l’anglais. Il était né à Maison Carrée (aujourd’hui El Harrach en Algérie) où sa famille maternelle s’était établie. Il avait vécu en exil avec ses parents aux États-Unis, à Porto Rico.
Alberto Oliart dit de lui: “Jaime Salinas trajo a España la idea de la biblioteca breve y ediciones de bolsillo. Ha sido un organizador permanente de ideas geniales. Formó parte de un grupo brillante, en el que estaban José María Castellet, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral y Gabriel Ferrater. Y actuaban así, en grupo, con reuniones que duraban hasta el amanecer. Él era una parte de ese grupo, pero era el organizador.”
Ses relations avec son père ont toujours été difficiles. Celui-ci acceptait très mal l’homosexualité de son fils. Pedro Salinas est un des grands poètes de la Génération de 1927. Trilogie amoureuse: La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936) Largo lamento (1939). Il a aussi traduit avec José María Quiroga Plá les trois premiers volumes d‘À la recherche du temps perdu.
Je me souviens de la prose de Pedro Salinas, moins connue, particulièrement d’un texte sur la correspondance, découvert au début de ma carrière de professeur d’Espagnol.
I. Defensa de la carta misiva y de la correspondencia episcolar.
La invitación al mal
“Un paseo por una gran urbe moderna es un desafío a las tentaciones. En cuanto se aventura uno por el centro de la ciudad, mírese a donde se quiera, a ras del suelo o a la altura de un piso veinte, la vista cae, siempre vencida, sobre un cartel, rótulo o letrero, de letras ya minúsculas ya gigantescas, desde el cual se nos excita a hacer algo. Casi siempre ese hacer toma la forma adquisitiva, es un comprar. Los carteles, unos nos aconsejan («debiera usted comprar…»), otros nos preguntan («¿nunca usó para el pelo…?», los hay que nos amonestan («cuidado con vivir sin tener un seguro…», y hasta a veces nos mandan, nos ordenan autoritariamente, con su pelotón de letras, a lo militar. De estos letreros mandones e imperiosos ninguno me es más aborrecible que uno, de dolorosa frecuencia para la vista. Se halla en las portadas de las oficinas de telégrafos, y dice así, con brutal laconismo y bárbara energía: «No escribáis cartas, poned telegramas». Wire, don’t write. Por atrevido que parezca yo proclamo este anuncio el más subversivo, el más peligroso, para la continuación de una vida relativamente civilizada, en un mundo, todavía menos civilizado. Sí, es un anuncio faccioso, rebelde, satánico, un anuncio que quiere terminar nada menos que con ese delicioso producto de los seres humanos, que se llama carta. Tan santa indignación me produce que tengo hecho ánimo de formar una hermandad que, a riesgo de sus vidas, recorra las calles de las ciudades, y junto a esos rótulos de la barbarie, escriba los grandes letreros de la civilidad, que digan
: «¡Viva la carta, muera el telegrama!». Los que perezcan en esta contienda, que de seguro serán muchos, se tendrán por mártires de la epistolografía y en los cielos disfrutarán de especiales privilegios, como el de libre franquicia para su correspondencia entre los siete cielos y la tierra.
¿Porque ustedes son capaces de imaginarse un mundo sin cartas? ¿Sin buenas almas que escriban cartas, sin otras almas que las lean y las disfruten, sin esas otras almas terceras que las lleven de aquéllas a éstas, es decir, un mundo sin remitentes, sin destinatarios y sin carteros? ¿Un universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte y sin gracia? ¿Un mundo de telegramas? La única localidad en que yo sitúo semejante mundo es en los avernos; tengo noticias de que los diablos mayores y menores nunca se escriben entre sí, sería demasiado generoso, demasiado cordial, se telegrafían. Las cartas de los demonios de Lewis son pura invención literaria.»
El defensor, 1954.