En 1982, Aimé Césaire fait paraître au Seuil son dernier recueil de poésie publié: Moi, laminaire… Cet ensemble en trois parties est un bilan de son oeuvre poétique et de sa confrontation à la vie et à l’histoire. Un bilan désenchanté, même s'”il n’est pas question de livrer le monde aux assassins de l’aube”.
Calendrier lagunaire
J’habite une blessure sacrée
j’habite des ancêtres imaginaires
j’habite un vouloir obscur
j’habite un long silence
j’habite une soif irrémédiable
j’habite un voyage de mille ans
j’habite une guerre de trois cents ans
j’habite un culte désaffecté
entre bulbe et caïeu j’habite l’espace inexploité
j’habite du basalte non une coulée
mais de la lave le mascaret
qui remonte la valleuse à toute allure
et brûle toutes les mosquées
je m’accommode de mon mieux de cet avatar
d’une version du paradis absurdement ratée
-c’est bien pire qu’un enfer-
j’habite de temps en temps une de mes plaies
chaque minute je change d’appartement
et toute paix m’effraie
Tourbillon de feu
ascidie comme nulle autre pour poussières
de mondes égarés
ayant craché volcan mes entrailles d’eau vive
je reste avec mes pains de mots et mes minerais secrets
j’habite donc une vaste pensée
mais le plus souvent je préfère me confiner
dans la plus petite de mes idées
ou bien j’habite une formule magique
les seuls premiers mots
tout le reste étant oublié
j’habite l’embâcle
j’habite la débâcle
j’habite le pan d’un grand désastre
j’habite souvent le pis le plus sec
du piton le plus efflanqué -la louve de ces nuages-
j’habite l’auréole des cactacées
j’habite un troupeau de chèvres tirant sur la tétine
de l’arganier le plus désolé
à vrai dire je ne sais plus mon adresse exacte
bathyale ou abyssale
j’habite le trou des poulpes
je me bats avec un poulpe pour un trou de poulpe
frère n’insistez pas
vrac de varech
m’accrochant en cuscute
ou me déployant en porana
c’est tout un
et que le flot roule
et que ventouse le soleil
et que flagelle le vent
ronde bosse de mon néant
la pression atmosphérique ou plutôt l’historique
agrandit démesurément mes maux
même si elle rend somptueux certains de mes mots
“Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie.” Confieso que he vivido. Memorias. 1974.
Misión de amor (Pablo Neruda)
Yo los puse en mi barco.
Era de día y Francia
su vestido de lujo
de cada día tuvo aquella vez,
fue
la misma claridad de vino y aire
su ropaje de diosa forestal.
Mi navío esperaba
con su remoto nombre “Winnipeg”
Pero mis españoles no venían
de Versalles,
del baile plateado,
de las viejas alfombras de amaranto,
de las copas que trinan
con el vino,
no, de allí no venían,
no, de allí no venían.
De más lejos,
de campos de prisiones,
de las arenas negras
del Sahara,
de ásperos escondrijos
donde yacieron
hambrientos y desnudos,
allí a mi barco claro,
al navío en el mar, a la esperanza
acudieron llamados uno a uno
por mí, desde sus cárceles,
desde las fortalezas
de Francia tambaleante
por mi boca llamados
acudieron,
Saavedra, dije, y vino el albañil,
Zúñiga, dije, y allí estaba,
Roces, llamé, y llegó con severa sonrisa,
grité, Alberti! y con manos de cuarzo
acudió la poesía.
Labriegos, carpinteros,
pescadores,
torneros, maquinistas,
alfareros, curtidores:
se iba poblando el barco
que partía a mi patria.
Yo sentía en los dedos
las semillas
de España
que rescaté yo mismo y esparcí
sobre el mar, dirigidas
a la paz
de las praderas.
Yo reúno (Pablo Neruda)
Qué orgullo el mío cuando
palpitaba
el navío
y tragaba
más y más hombres, cuando
llegaban las mujeres
separadas
del hermano, del hijo, del
amor,
hasta el minuto mismo
en que
yo
los reunía,
… y el sol caía sobre el mar
y sobre
aquellos
seres desamparados
que entre lágrimas locas,
entrecortados nombres,
besos con gusto a sal,
sollozos que se ahogaban,
ojos que desde el fuego sólo
aquí se
encontraron;
de nuevo aquí nacieron
resurrectos,
vivientes,
y era mi poesía la bandera
sobre tantas congojas,
la que desde el navío los llamaba
latiendo y acogiendo
los legados
de la descubridora
desdicha,
de la madre remota
que me otorgó la sangre y la palabra.
Memorial de Isla Negra, Primera edición, Buenos Aires, Editorial Losada, 1964
El exilio español en Chile a bordo del Winnipeg cumple 80 años. (El Diario, 02/09/2019)
Le 4 août 1939, environ 2 200 républicains espagnols embarquaient sur le bateau Winnipeg, un cargo de 9000 tonnes, battant pavillon canadien. Il partit du port français de Trompeloup, commune de Pauillac en Gironde. Le bateau fut affrété par le ministre des affaires étrangères chilien Abraham Ortega Aguayo, le poète Pablo Neruda qui avait été nommé consul spécial pour l’immigration républicaine espagnole et sa compagne argentine Delia del Carril. Il avait obtenu l’accord du président Pedro Aguirre Cerda malgré les pressions et critiques de la droite. Pablo Neruda devait embarquer en priorité des familles et des professions précises (artisans, ouvriers, techniciens), en tenant compte des besoins de l’économie chilienne. Le bateau avait été adapté pour le voyage dans les chantiers navals du Havre en juin et juillet 1939. Le voyage dura 30 jours. Le 2 septembre 1939, à la tombée de la nuit, il arriva à Valparaiso au Chili. Les réfugiés purent débarquer le 3 septembre. Ils furent reçus par les autorités civiles et militaires, les dirigeants politiques et syndicaux. Ces migrants s’intégrèrent parfaitement dans la société chilienne.
Confieso que he vivido. Memorias. 1974 (Pablo Neruda)
«Me gustó desde un comienzo la palabra Winnipeg. Las palabras tienen alas o no las tienen. Las ásperas se quedan pegadas al papel, a la mesa, a la tierra. La palabra Winnipeg es alada. La vi volar por primera vez en un atracadero de vapores, cerca de Burdeos. Era un hermoso barco viejo, con esa dignidad que dan los siete mares a lo largo del tiempo. Lo cierto es que nunca llevó aquel barco más de setenta u ochenta personas a bordo. Lo demás fue cacao, copra, sacos de café y de arroz, minerales. Ahora le estaba destinado un cargamento más importante: la esperanza. Ante mi vista, bajo mi dirección, el navío debía llenarse con dos mil hombres y mujeres. Venían de campos de concentración, de inhóspitas regiones, del desierto, del África. Venían de la angustia, de la derrota, y este barco debía llenarse con ellos para traerlos a las costas de Chile, a mi propio mundo que los acogía. Eran los combatientes españoles que cruzaron la frontera de Francia hacia un exilio que dura más de 30 años. La guerra civil -e incivil- de España agonizaba en esta forma: con gentes semiprisioneras, acumuladas por aquí y allá, metidas en fortalezas, hacinadas durmiendo en el suelo sobre la arena. El éxodo rompió el corazón del máximo poeta don Antonio Machado. Apenas cruzó la frontera se terminó su vida. Todavía con restos de sus uniformes, soldados de la República llevaron su ataúd al cementerio de Collioure. Allí sigue enterrado aquel andaluz que cantó como nadie los campos de Castilla.
Yo no pensé, cuando viajé de Chile a Francia, en los azares, dificultades y adversidades que encontraría en mi misión. Mi país necesitaba capacidades calificadas, hombres de voluntad creadora. Necesitábamos especialistas. El mar chileno me había pedido pescadores. Las minas me pedían ingenieros. Los campos, tractoristas. Los primeros motores Diesel me habían encargado mecánicos de precisión. Recoger a estos seres desperdigados, escogerlos en los más remotos campamentos y llevarlos hasta aquel día azul, frente al mar de Francia, donde suavemente se mecía el barco Winnipeg, fue cosa grave, fue asunto enredado, fue trabajo de devoción y desesperación. Se organizó el SERE, organismo de ayuda solidaria. La ayuda venía, por una parte, de los últimos dineros del gobierno republicano y, por otra, de aquella que para mí sigue siendo una institución misteriosa: la de los cuáqueros. Me declaro abominablemente ignorante en lo que a religiones se refiere. Esa lucha contra el pecado en que éstas se especializan me alejó en mi juventud de todos los credos y esta actitud superficial, de indiferencia, ha persistido toda mi vida. La verdad es que en el puerto de embarque aparecieron estos magníficos sectarios que pagaban la mitad de cada pasaje español hacia la libertad sin discriminar entre ateos o creyentes, entre pecadores o pescadores. Desde entonces cuando en alguna parte leo la palabra cuáquero le hago una reverencia mental.
Los trenes llegaban de continuo hasta el embarcadero. Las mujeres reconocían a sus maridos por las ventanillas de los vagones. Habían estado separados desde el fin de la guerra. Y allí se veían por primera vez frente al barco que los esperaba. Nunca me tocó presenciar abrazos, sollozos, besos, apretones, carcajadas de dramatismo tan delirantes. Luego venían los mesones para la documentación, identificación, sanidad. Mis colaboradores, secretarios, cónsules, amigos, a lo largo de las mesas, eran una especie de tribunal del purgatorio. Y yo, por primera y última vez, debo haber parecido Júpiter a los emigrados. Yo decretaba el último sí o el último No. Pero yo soy más sí que No, de modo que siempre dije sí. ‘ Pero, véase bien, estuve a punto de estampar una negativa. Por suerte comprendí a tiempo y me libré de aquel NO. Sucede que se presentó ante mí un castellano, paletó de blusa negra, abuchonada en las mangas. Ese blusón era uniforme en los campesinos manchegos. Allí estaba aquel hombre maduro, de arrugas profundísimas en el rostro quemado, con su mujer y sus siete hijos. Al examinar la tarjeta con sus datos, le pregunté sorprendido: -Usted es trabajador del corcho? -Sí, señor -me contestó severamente. -Hay aquí una equivocación -le repliqué-. En Chile no hay alcornoques. Qué haría usted por allá? -Pues, los habrá -me respondió el campesino. -Suba al barco -le dije-. Usted es de los hombres que necesitamos. Y él, con el mismo orgullo de su respuesta y seguido de sus siete hijos, comenzó a subir las escalas del barco Winnipeg. Mucho después quedó probada la razón de aquel español inquebrantable: hubo alcornoques y, por lo tanto, ahora hay corcho en Chile.
Estaban ya a bordo casi todos mis buenos sobrinos, peregrinos hacia tierras desconocidas, y me preparaba yo a descansar de la dura tarea, pero mis emociones parecían no terminar nunca. El gobierno de Chile, presionado y combatido, me dirigía un mensaje: «INFORMACIONES DE PRENSA SOSTIENEN USTED EFECTÚA INMIGRACIÓN MASIVA ESPAÑOLES. RUÉGOLE DESMENTIR NOTICIA O CANCELAR VIAJE EMIGRADOS.» Qué hacer? Una solución: Llamar a la prensa, mostrarle el barco repleto con dos mil españoles, leer el telegrama con voz solemne y acto seguido dispararme un tiro en la cabeza. Otra solución: Partir yo mismo en el barco con mis emigrados y desembarcar en Chile por la razón o la poesía. Antes de adoptar determinación alguna me fui al teléfono y hablé al Ministerio de Relaciones Exteriores de mi país. Era difícil hablar a larga distancia en 1939. Pero mi indignación y mi angustia se oyeron a través de océanos y cordilleras y el Ministro solidarizó conmigo. Después de una incruenta crisis de Gabinete, el Winnípeg, cargado con dos mil republicanos que cantaban y lloraban, levó anclas y enderezó rumbo a Valparaíso. Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie.»
La lecture du roman d’Ersi Sotiropoulos Ce qui reste de la nuit, Stock, 2016, m’ a remis en mémoire les poèmes de Constantin Cavafy, particulièrement La ville. La traduction de Dominique Grandmont me paraît plus satisfaisante que celle de Marguerite Yourcenar, la première et la plus connue.
Le poète grec a fait un bref séjour de trois jours à Paris en juin 1897 avec son frère John.
La Ville
Tu as dit: «J’irai par une autre terre, j’irai par une autre mer. Il se trouvera bien une autre ville, meilleure que celle-ci. Chaque effort que je fais est condamné d’avance; et mon cœur—tel un mort—y gît enseveli. Jusqu’à quand mon esprit va-t-il endurer ce marasme? Où que mes yeux se tournent, où que se pose mon regard, je vois se profiler ici les noirs décombres de ma vie dont après tant d’années je n’ai fait que ruines et gâchis».
Tu ne trouveras pas d’autres lieux, tu ne trouveras pas d’autres mers.
La ville te suivra partout. Tu traîneras
dans les mêmes rues. Et tu vieilliras dans les mêmes quartiers;
c’est dans ces mêmes maisons que blanchiront tes cheveux.
Toujours à cette ville tu aboutiras. Et pour ailleurs—n’y compte pas—
il n’y a plus pour toi ni chemin ni navire.
Pas d’autre vie: en la ruinant ici,
dans ce coin perdu, tu l’as gâchée sur toute la terre.
Traduction Dominique Grandmont, En attendant les barbares et autres poèmes, Gallimard, 2008.
John Donne est né le 22 janvier 1572 à Londres. Ce poète et prédicateur anglais est considéré comme le chef de file de la poésie métaphysique anglaise.
Il est élevé au sein d’une famille catholique. Sa mère, Elizabeth, est la fille de John Heywood, un proche parent de Thomas More (1478-1535). En 1593, son frère cadet, Henry, meurt de fièvre en prison. Il y a été enfermé pour avoir hébergé illégalement un prêtre. Sous le règne d’Élisabeth I (1558-1603), la persécution des catholiques est courante.
John Donne veut faire carrière dans les services de l’État et fait des études de droit. Étant catholique, il ne peut pas obtenir de diplôme. Mais, dans les années 1590, avant ou peu après la mort de son frère, il se convertit à l’anglicanisme.
En 1598, il devient le secrétaire du Garde des Sceaux, Thomas Egerton (lord Ellesmere). Bien qu’il soit très estimé par son protecteur, celui-ci le renvoie en 1601, pour avoir épousé en secret sa nièce, Ann More, agée de dix-sept ans.
Destitué, un temps emprisonné, John Donne partage alors avec sa femme, quatorze années très difficiles où se succèdent les œuvres de circonstance pour gagner la faveur de personnages influents. Ils ont douze enfants.
Il célèbre l’amour charnel en disant les choses crûment, mais sans jamais exclure la dimension spirituelle de l’union des amants.
Il est ordonné prêtre en 1615 et devient prédicateur à Lincoln’s Inn (1616-1621), puis doyen de la cathédrale Saint-Paul (1621). John Donne acquiert, grâce à ses Sermons, une grande renommée. En 1617, la mort de sa femme va accroître son obsession de la mort mais aussi sa ferveur religieuse. Il meurt le 31 mars 1631 après avoir prononcé devant Charles I (1625-1649) sa dernière prédication, «Le Duel de la mort».
Samuel Johnson, en 1744, dans The Lives of the Poets, regroupa les poètes métaphysiques anglais tels que George Herbert, Andrew Marvell, Thomas Traherne, Richard Crashaw ou Henry Vaughan sous le nom d’«École de Donne».
Sa poésie a été admirée, entre autres, par William Butler Yeats (Prix Nobel de Littérature 1923) et Thomas Stearns Eliot, (Prix Nobel de Littérature 1948)
Reste, ô ma douce, ne te lève pas! (John Donne)
Reste, ô ma douce, ne te lève pas!
La Lumière qui brille vient de tes yeux;
Ce n’est pas le jour qui perce; c’est mon cœur qui est percé,
Parce que toi et moi devons nous séparer
Reste, ou sinon toute joie chez moi mourra
Et périra dans sa prime enfance.
C’est vrai, c’est le jour: Que pourrait-ce être d’autre? Ô, vas-tu disparaître à mes yeux? Pourquoi devrions-nous nous éloigner parce qu’il fait jour? Nous sommes-nous couchés parce qu’il faisait nuit? L’Amour, qui en dépit de l’obscurité, nous conduisit ici, Devrait, en dépit du jour, nous garder unis.
La Lumière n’a pas de langue, mais elle est tout regard
Si elle pouvait parler aussi bien qu’espionner,
Sa langue ne pourrait être pire
Que de dire: “Je me sens bien ici, je resterais volontiers
J’aime tant mon coeur et mon honneur
Que je ne m’éloignerais pas de lui qui les a tous les deux”
En résulte-t-il que tu dois arrêter tes activités?
Oh! c’est la pire des plaies de l’amour!
La pauvreté, le faible d’esprit, les fripouilles, l’amour peut
Les admettre, mais pas l’homme -à-ses-affaires,
Celui qui fait des affaires et fait l’amour, fait les deux
mal, comme l’homme marié qui court la prétentaine.
(Traduction française: Gilles de Sèze.)
Stay, O sweet, and do not rise!
Stay, O sweet, and do not rise!
The light that shines comes from thine eyes;
The day breaks not: it is my heart,
Because that you and I must part.
Stay! or else my joys will die,
And perish in their infancy.
‘Tis true, ’tis day: what though it be? O, wilt thou therefore rise from me? Why should we rise because ’tis light? Did we lie down because ’twas night? Love, which in spite of darkness brought us hither, Should in despite of light keep us together.
Light hath no tongue, but is all eye.
If it could speak as well as spy,
This were the worst that it could say:
That, being well, I fain would stay,
And that I lov’d my heart and honour so,
That I would not from him, that had them, go.
Must business thee from hence remove?
Oh, that’s the worse disease of love!
The poor, the fool, the false, love can
Admit, but not the busied man.
He, which hath business, and makes love, doth do
Such wrong, as when a married man doth woo.
No man is an island entire of itself; every man is a piece of the continent, a part of the main; if a clod be washed away by the sea, Europe is the less, as well as if a promontory were, as well as any manner of thy friends or of thine own were; any man’s death diminishes me, because I am involved in mankind. And therefore never send to know for whom the bell tolls; it tolls for thee.
(Version: anglais ancien)
No man is an Iland, intire of itselfe; every man
is a peece of the Continent, a part of the maine;
if a Clod bee washed away by the Sea, Europe
is the lesse, as well as if a Promontorie were, as
well as if a Manor of thy friends or of thine
owne were; any mans death diminishes me,
because I am involved in Mankinde;
And therefore never send to know for whom
the bell tolls; It tolls for thee.
MEDITATION XVII. Devotions upon Emergent Occasions, 1624.
Nul homme n’est une île,
complète en elle-même;
chaque homme est un morceau du continent, une part de l’ensemble;
si un bout de terre est emporté par la mer, l’Europe
en est amoindrie, comme si un promontoire l’était,
comme si le manoir de tes amis ou le tien l’était.
La mort de chaque homme me diminue,
car je suis impliqué dans l’humanité.
N’envoie donc jamais demander pour qui la cloche sonne:
elle sonne pour toi.
Méditations en temps de crise. Rivages, 2002. Traduit de l’anglais par Franck Lemonde.